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Salvador Dalí, Modern Rhapsody - The Seven Arts, 1957 |
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término posmodernidad ha generado un debate
caleidoscópico que comprende campos que van desde la literatura, pintura, arquitectura,
música y cine, es decir, el campo estético, hasta el filosófico, científico y
sociopolítico. Este debate ha sido comparado con un dibujo encriptado (Wellmer, 1993:52) y con un puzle (Lyon, 2005:33).[1]
No es la intención, ni el espacio lo permite, abarcar en su totalidad un debate
tan extenso como comprensivo, que abarca tan diversas disciplinas, y en del
cual se ha vertido un auténtico río de tinta. David Lyon, en su obra Posmodernidad (2005), afirma que intenta lo imposible: exponer brevemente
qué es la posmodernidad, precaución que retomamos aquí.
La
intención es introducirnos, en términos generales, al contexto en el cual este
debate surge para analizar las principales definiciones y caracterizaciones del
pensamiento posmoderno. Considero esencial analizar los conceptos de tres de
los principales exponentes de esta corriente: Jean-François Lyotard, Gianni
Vattimo y Fredric Jameson. El propósito es construir un concepto de posmodernidad con el fin de emplearlo en este estudio,
intentando con ello evitar la ambigüedad o su entendimiento desde los diversos
significados y caracterizaciones que puede tener en función de la corriente o disciplina
en que se le interprete. No obstante, este estudio no se llevará cabo desde la
perspectiva de construir una síntesis
de las estrategias o teorías
posmodernas, cuestión extremadamente difícil e incluso muy probablemente
imposible, en función de las paradojas, contradicciones y antinomias dentro del
pensamiento posmoderno.[2]
Por
otra parte, entre los estudiosos de la posmodernidad existe un debate en torno
a la pertinencia de conferir un estatus conceptual
al término, cuando no de plano se le niega. En palabras de Urdanibia (1990: 45),
ha predominado un uso operativo del término, más que un uso analítico. Es
decir, se ha utilizado el término para denotar un cierto estado, condición o conciencia,
más que una realidad histórica plenamente establecida e identificable. Lo que
aquí se pretende es conceptualizar a la posmodernidad de modo que podamos
emplear el término con fines tanto operativos como analíticos. En suma, conceptualizar
aquél dibujo encriptado o puzzle que es el pensamiento posmoderno.
Enseguida, entonces, analizaré los distintos
conceptos de posmodernidad de tal modo que, entre la diversidad de
planteamientos, podamos encontrar la estructura o los ejes fundamentales del
pensamiento posmoderno, que lo distinguen claramente de la modernidad y el
modernismo.
1.1 Las teorías de la posmodernidad de Jean-
François Lyotard, Gianni Vattimo y Fredric Jameson
Esencialmente, el posmodernismo temprano fue considerado
como un movimiento estético, con manifestaciones que se hicieron notar de modo
prioritario en la arquitectura y en la literatura, posteriormente en música,
pintura y cine. Poco después esta corriente de pensamiento se expresó en el
campo de la filosofía, las ciencias sociales y la política (Von Beyme, 1991;
Anderson, 2000; Liessmann, 2006). Algunas veces es entendido como sinónimo de posestructuralismo francés e
identificado con la obra filosófica de Michel Foucault, Jacques Derrida, Jean
Baudrillard, Emmanuel Lévinas y Gilles Deleuze. Las obras de otros pensadores
han sido identificadas como parte de las teorías posmodernas, aunque éstos se
han distanciado del concepto: Niklas Luhmann, Ulrich Beck, Richard Rorty y
Zygmunt Bauman (Urdanibia, 1994:64; Lyon, 2005:35).
Albrecht Wellmer, en su análisis acerca de ese dibujo encriptado que es el pensamiento
posmoderno, encuentra en Jean-Franҫois Lyotard la “más completa expresión hasta
la fecha” del «movimiento de
búsqueda» de esta corriente (1993: 58). Por otra parte, Perry Anderson señala
que La condition posmoderne fue la
primera obra filosófica que adoptó la noción de posmodernidad, la cual denotaba para Lyotard una trasformación
general de las circunstancias humanas; por otro lado, señala que “hasta el día
de hoy sigue siendo quizá el libro más citado sobre el tema” (2000: 40). En
este sentido, David Lyon comenta que esta obra popularizó el terminó posmodernidad (2005: 34). Por lo tanto,
en esta investigación considero indispensable estudiar el pensamiento de este
filósofo francés, cuya obra suscitó un encendido debate en el que el filosofo
alemán Jürgen Habermas encabezó la crítica.
Jean-Franҫois
Lyotard, en La condition posmoderne (1998a),[3]
define a la posmodernidad como: “El estado de la cultura después de las
transformaciones que han afectado a las reglas del juego de la ciencia, de la
literatura y de las artes, a partir del siglo XIX”. Estas transformaciones son
en el campo económico lo que Daniel Bell y Alain Touraine denominaron sociedad
posindustrial. Lyotard analiza en esta obra las consecuencias de estos cambios
en términos culturales, específicamente en relación con el saber, es decir, la
epistemología. Por otra parte, en la obra de Lyotard se articula una visión de
lo posmoderno que no responde a una delimitación temporal estricta, en cambio, afirma
que posmoderno no significa reciente, ni tampoco una época, sino: “otro estado
de la escritura, en sentido amplio” (1998b: 71); “Más bien un modo (es el
origen latino de la palabra) en el pensamiento, en la enunciación, en la
sensibilidad” (1999: 35). El pos
indica una conversión, una nueva dirección, dentro de una sucesión diacrónica
de períodos, esto es, dentro de una concepción no lineal del tiempo (1999: 90).
El término posmodernidad entonces es utilizado por Lyotard para denominar un
cierto estado, denota una sensibilidad de que algo no marcha ya en la modernidad, por lo que el estado del
pensamiento posmoderno es, precisamente, la crisis
de la modernidad (1998b: 74). En este sentido, el concepto de posmodernidad
en Lyotard, más que ser producto de una conceptualización sistemática, es decir
más que ser un término analítico, es un término operativo y, por otra parte,
más que señalar una «nueva época»
denota una condición (Urdanibia, 1994: 42).
El
concepto de posmodernidad es desarrollado por Lyotard en dos dimensiones: la estética
(literatura, cine, pintura) y la epistemológica (cuestión de la legitimación
del saber). En términos del arte, el concepto de posmodernidad es orientado a
dar cuenta de lo impresentable en la representación
misma a través de una estética de lo
sublime, ámbito creativo de la posmodernidad, en oposición a la nostalgia o melancolía del arte moderno. Dentro de la segunda dimensión, el
saber, el análisis se enfoca a la «crisis
de las metanarraciones» y al
dominio de los «criterios performativos» en la
investigación científica, para poner énfasis nuevamente en la faceta
creativa de lo posmoderno, específicamente con relación a la proposición de «nuevas reglas de juego».
Lyotard
vincula la cuestión del saber con el problema de la legitimación, siendo
fundamental este concepto para el entendimiento de la noción del «fin de las metanarraciones». El saber no
es entendido aquí únicamente como el saber científico, sino que comprende la
ética y la moral, es decir, la filosofía. Lyotard postula que el estatuto del
saber se encuentra desequilibrado y su unidad especulativa rota. Este desequilibrio es analizado principalmente en cuanto a la
relación conflictiva entre saber científico y saber narrativo. La cuestión de
la legitimación se produce en la ciencia en cuanto ésta no sólo está interesada
en enunciar regularidades sino que
busca lo verdadero y, en este
sentido, el saber científico no puede determinar lo verdadero sin recurrir a
otro saber: el narrativo.[4] La ciencia moderna es, para Lyotard, una
clase de discurso que recurre a metarrelatos
para justificarse, estos son: la
dialéctica del espíritu, la hermenéutica del sentido y la emancipación del
sujeto razonante o trabajador.[5] Por metarrelato
o gran relato, Lyotard
entiende a las narraciones que tienen función legitimante o legitimatoria. John
Stephens y Robyn McCallum señalan al respecto que las metanarraciones o los metarrelatos
son “un esquema de cultura narrativa global o
totalizador que organiza y explica conocimientos y experiencias” (1998: 6); un
ejemplo extraordinario de ello –pero no único– es la ciencia constituida en la
cultura occidental –sobre todo con el triunfo del paradigma empirista en el
siglo XX– la cual se asume como neutra, rigurosa y universal.[6]
Precisamente,
la Idea de metarrelato proporciona
legitimidad porque invoca lo universal; es la base del proyecto de la modernidad (la
realización de la universalidad). Lyotard considera que el origen filosófico
del metarrelato se encuentra en la escatología cristiana que la modernidad
laica comporta. ¿En qué consiste la escatología propia del metarrelato? El
dispositivo escatológico: “narra la experiencia de un sujeto afectado por una
falta y profetiza que esta experiencia acabará en los confines de los tiempos
con la remisión del mal, la destrucción de la muerte y la vuelta al hogar del
Padre” (1998b: 71). Es así, como podemos encontrar los primeros rasgos de la
modernidad en el trabajo realizado por Pablo de Tarso (el apóstol) y San
Agustín, en el sentido de haber adaptado la tradición clásica pagana y la
escatología cristiana. De este modo, el gran relato moderno contiene,
secularizado, el dispositivo escatológico cristiano. Por ejemplo, en el caso
del gran relato del marxismo el dispositivo escatológico lo constituye la promesa de la sociedad sin clases, antes que la familia, la propiedad y el Estado
(Lyotard, 1998b: 72). Esta temporalidad paulatinamente liberadora, es característica de la noción lineal del tiempo en la
modernidad, a la cual Giacomo Marramao (1998: 155) y Gianni Vattimo (1996: 15),
junto con Lyotard, encuentran su origen en la concepción escatológica propia
del cristianismo y el hebraísmo (Éxodo como relato de liberación y redención;
historia como relato de la salvación-redención).
Lyotard
afirma que el proyecto de la modernidad no ha sido abandonado ni olvidado sino
que ha sido liquidado por sus efectos
prácticos.[7]
Uno de estos efectos, es Auschwitz: se trata
del crimen que abre la posmodernidad. Otro factor que da razón de esta
liquidación es el triunfo de la tecnociencia capitalista, cuyos progresos materiales no vienen
acompañados de una mayor libertad, ni de un caudal de riqueza mayor y mejor
distribuida. La liquidación del proyecto de la modernidad acelera el proceso de
deslegitimación del que da testimonio lo posmoderno. En este sentido, de acuerdo con Lyotard, simplificando al
extremo, podemos definir como posmoderna la incredulidad respecto a los
metarrelatos: “la función narrativa pierde a sus functores[8],
el gran héroe, los grandes peligros, los grandes periplos y el gran propósito”
(1998a: 10).[9]
En función de lo anterior, Lyotard comenta que se han producido lamentaciones por la pérdida de sentido que la posmodernidad entraña. Este lamentarse consiste en dolerse porque el saber ya no sea
principalmente narrativo, no obstante esto es una inconsecuencia. Es una
inconsecuencia porque el saber narrativo no valora el problema de su propia
legitimación, sino que ésta se acredita así misma a través de la pragmática de su transmisión, sin
recurrir a la argumentación y transmisión de pruebas.[10]
Si el científico interroga al saber narrativo encontrará que este no está sometido
a argumentaciones o pruebas. Esto, en general, no significa que no haya relatos
que no puedan ser creíbles, la decadencia de los grandes relatos no impide que existan millares de historias y
narraciones que forman parte del entramado de la vida cotidiana.
La
deslegitimación de los metarrelatos tiene su correspondencia en la crisis de la
filosofía metafísica y en la institución que la sustentaba, basada en el modelo
especulativo originado en la Universidad alemana de principios del siglo XIX.
Estas transformaciones en el campo del saber, son consecuencia directa de la
transición a la edad posindustrial, cuyo correlato cultural es la
posmodernidad. Lyotard identifica a la década de 1950 como el inicio de estas
transformaciones en Europa. Las innovaciones tecnológicas inciden sobre el
saber científico, en la era posindustrial predomina el saber como valor de cambio, esto es como producción
para el consumo. Lo que observa Lyotard es una creciente exterioridad del saber respecto al sabiente, en la que queda disociada la relación entre saber adquirido
y la formación (Bildung) del
espíritu.[11]
Más importante aún, el saber adquiere importancia como mercancía informacional
indispensable para la producción y las decisiones de gobierno, por lo que éste
se encuentra, en la sociedad posindustrial, en el centro de la competición
mundial por el poder. Otro factor es el redespliegue del capitalismo liberal
avanzado después de la crisis del keynesianismo y del comunismo real, que
conllevaron a un auge del individualismo consumista. Así, en el ámbito de los
sujetos, la crisis de las grandes
narraciones determina que los objetivos teleológicos son confiados a cada
individuo, con lo que cada uno se ve “remitido a sí mismo, sabiendo que ese 'si
mismo’ es poco”. No obstante, estos
son dos factores que explican sólo en parte este proceso de deslegitimación, el
cual halla sus gérmenes en el nihilismo
inherente a los grandes relatos producidos en el siglo XIX.
El
principio de legitimidad, después del ocaso de los metarrelatos reside en el
criterio de performatividad, es decir,
en el criterio de la eficiencia. Cuando el Estado y las empresas han abandonado
el relato de legitimación en cualquiera de sus versiones, Lyotard afirma que lo
único creíble es el poder. La legitimación reside ahora en el poder, basado en
la performatividad, en la
optimización de las actuaciones. Finalmente, Lyotard advierte que de este
cuadro se puede inferir una impresión pesimista, dada la renuncia al proyecto
moderno de emancipación universal. Los diálogos y proyectos son remitidos al
ámbito local, particular, nunca a lo universal, entendido como unidad de lo
diverso, como política del terror.
Lyotard comenta que este pesimismo constituyó la inspiración de la generación
de comienzos del siglo XX en Viena: Musil, Kraus, Loos, Schoenberg y filósofos
como Mach y Wittgenstein.
Siguiendo
el razonamiento expuesto por Lyotard, Gianni Vattimo (1990: 73) reafirma el
concepto de posmodernidad y la idea de que la modernidad ha concluido. Aquí, el tránsito de la sociedad moderna a la
posmoderna se vincula directamente con la crisis del concepto de «Historia».
Vattimo denuncia el carácter ideológico de éste, siendo que el concepto
hegemónico de historia se encuentra centrado en occidente. Este concepto de
historia es unificador, y posee la pretensión de ser un punto de vista supremo
(Vattimo, 1996: 13). No hay historia única, sino una diversidad de imágenes del mundo propuestas desde
diversos enfoques (Vattimo, 1990: 76). Lo central es que la crítica al concepto
de historia conlleva a la crisis de la idea de progreso. La historia, entonces, no avanza hacia un fin, no realiza
un «plan de emancipación». Así, la historia es denunciada por Vattimo como una
construcción de occidente, donde predomina un
cierto ideal de hombre, en suma, un particularismo con pretensiones de
universalidad.[12]
De este modo, la poshistoria representa
el carácter de la posmodernidad y su «ruptura radical» con la modernidad.
En términos sociales, la posmodernidad emerge con el
predominio de los mass media, lo que
es denominado por Vattimo como la irrupción de « la sociedad de comunicación».[13]
Ésta se caracteriza por “la intensificación del intercambio de informaciones y
por la tendencial identificación (televisión) entre acontecimiento y noticia” (Vattimo,
1990: 89). El efecto directo de los mass
media ha sido la «explosión», la
«exteriorización», de Weltanschauungen (concepciones del
mundo). Cuando diversas subculturas pueden tomar
la palabra, el efecto general es que la sociedad se exterioriza como compleja-caótica, no como más informada
o más ilustrada, lo que no permite hablar de una «sociedad transparente» (1990: 78). Lo determinante en el paso a la
sociedad posmoderna, es la multiplicación vertiginosa de las comunicaciones,
que hace posible la exteriorización y confluencia de diversos discursos y
subculturas. En lo anterior, debemos entender la idea lyotardiana de fin de las
metanarraciones a las que Vattimo concibe como concepciones unitarias. Lo que Vattimo ataca es el principio de una realidad. ¿En qué sentido se
entiende lo anterior? Se entiende como el dominio
de una concepción única de la realidad, interpretación o Weltanschauung. Vattimo crítica esta realidad y la
relaciona con el concepto lyotardiano de nostalgia:
su ataque es contra una realidad, sólida, unitaria, estable y «autorizada».
La realidad posmoderna sería entonces producto del cruzamiento de múltiples
imágenes, interpretaciones y re-construcciones, distribuidas por los mass media en su lógica de competencia
y, lo más interesante, sin coordinación
central.
Hasta aquí, la posmodernidad en voz de Lyotard y Vattimo.
Analizaremos ahora la obra de Fredric Jameson, de quien Perry Anderson comenta:
“Ningún otro autor ha producido una teoría tan penetrante o general de las dimensiones
culturales, socioeconómicas y geopolíticas de la posmoderno”.[14]
Por otra parte, Von Beyme considera que
su obra constituye una especie de marxismo
posmodernizado (1991: 155).[15]
Fredric Jameson, en su obra Una modernidad singular (2004), afirma que
no es posible simplemente continuar con la modernidad como si no hubiesen
sucedido transformaciones que han configurado lo que se denomina posmodernidad,
por lo que establece como cuarta máxima
de la modernidad: “Ninguna «teoría» de la modernidad tiene hoy sentido a
menos que se pueda aceptar como hipótesis de una ruptura posmoderna con lo
moderno” (2004: 86).
Fredric Jameson rechaza restringir a la posmodernidad en
el ámbito de la ideología cultural o como descripción de una determinada
estética o estilo (1991a: 101; 2002: 17), su hipótesis es que la posmodernidad
es producto de las transformaciones en el orden social y económico que se ha
denominado también sociedad posindustrial; de consumo; del espectáculo o de los
medios de comunicación. Jameson considera a la posmodernidad como un concepto
periodizador, que da cuenta de las pautas culturales de esta nueva etapa del
capitalismo, de la transformación del modo
de producción capitalista después de la Segunda Guerra Mundial, denominada
también como “capitalismo tardío o multinacional”. Jameson, parte de la teoría
de Ernst Mandel, desarrollada en su obra Late
capitalism, en la que definió una tercera fase del capitalismo originada en
el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, aunque rechaza que deba
designarse esta etapa como “posindustrial”,
sino como capitalismo multinacional, ya que este concepto denota la ampliación
del capital hasta territorios antes no mercantilizados. Por otra parte, esta
tercera fase del capitalismo se caracteriza también por una gran red
informática y comunicacional descentralizada (1991a: 85). Siguiendo la teoría
de Mandel, Jameson establece que la posmodernidad es la lógica cultural del capitalismo avanzado. Durante la década de
los setenta, señala, se establece un nuevo
orden internacional, caracterizado por la dominación económica y militar de
Estados Unidos en el que surgen procesos como el neocolonialismo, la Revolución
Verde, los avances tecnológicos e informáticos, la globalización, el consumo de
masas, la escisión entre capital financiero y capital productivo y, la
comercialización de la cultura. En este período surge un nuevo tipo de sociedad, y de
acuerdo con Jameson, en este diagnóstico coinciden pensadores tanto marxistas
como no marxistas.
Jameson afirma que el posmodernismo no es concepto
aceptado, tampoco es entendido de manera generalizada. Crítica su repudio facilista y complaciente, así
mismo, califica como corrupta
cualquier celebración igualmente
facilista de la posmodernidad (2002: 49; 1991b: 101). Admite que, como
cualquier otro, se ha cansado del eslogan
del posmodernismo, deplorando sus giros y usos incorrectos, además
de que es un concepto que “plantea más problemas que los que resuelve”. No
obstante, defiende el concepto, ya que caracteriza la situación de manera
eficaz y económica: “Tenemos que ponerle un nombre al sistema” (2002: 74).
Ahora bien, lo fundamental en el concepto de posmodernidad según Jameson, es
que tiene consecuencias políticas, ya que las diversas posiciones que se adopten
hacia él implica la articulación de visiones de la historia en las que se
evalúa el momento social en el que vivimos. Desde este enfoque es como Jameson
evalúa el pensamiento de Lyotard, del que, afirma, no puede analizarse
adecuadamente en términos únicamente estéticos, sino que lo central es que éste
diagnóstica un nuevo sistema social más allá del capitalismo clásico. De este
modo, problemas aparentemente sólo estéticos tienen consecuencias políticas,
concretamente, Jameson identifica a las tendencias posmodernas con los procesos
de descentralización y con la institucionalización de grupos pequeños (2002: 70). Por otra parte, coincide con Lyotard en
su noción de crisis de la metanarraciones,
vista por él como una crisis de los
cánones, ya que en la sociedad posmoderna no existen lenguajes normativos
en términos globales, ya que los mismos pasan a ser uno más entre todos los estilos locales-tribales.
Jameson identifica y adjetiva diversas posturas y
análisis sobre la posmodernidad, entre ellas: la antimoderna representada por Ihab Hassan; la proposmoderna de Tom
Walfe; la premoderna de Jürgen Habermas y; la antiposmoderna, también de
Habermas. Para Jameson lo fundamental de estas cuatro posturas es la aceptación
que hacen de forma explícita o implícita del término posmodernidad, ya que
coinciden en el diagnóstico de una ruptura
entre los momentos moderno y posmoderno, independientemente de la evaluación
que hagan de ambos (2002: 45), por otro lado, considera que estas posturas son
“susceptibles de una expresión políticamente progresista o políticamente
reaccionaria”.
En términos sociales, en la posmodernidad surgen
fenómenos como la aparición de nuevos tipos de consumo; un ritmo cada vez más
rápido de cambios en la moda y los estilos; la penetración de los medios de
comunicación en la sociedad en general; y el desarrollo de las grandes
supercarreteras y la cultura del automóvil (2002: 37). En términos estéticos,
Jameson afirma que el posmodernismo puede encontrarse en todas las artes: En
arquitectura, Robert Venturi, Charles Moore, Michael Graves y Frank Gehry; en
cuyos edificios la percepción del volumen y el espacio se desvanecen, pero más
importante aún, es su carácter populista, con la generación de una corriente
denominada arquitectura pop, cuyas
obras se encuentran insertadas en zonas comerciales, de comida rápida y zonas
de moteles, en este sentido, un edificio emblemático del posmodernismo es el Bonaventura Hotel, de John Portman en
Los Angeles. Lo que distingue a la arquitectura posmoderna de la moderna es el
abandono de la aspiración utópica del espacio arquitectónico (2002: 50; 1991a: 88);
en poesía, John Ashbery; en pintura, Andy Warhol y en general el arte pop;[16]
en música, John Cage, el rock punk y el new wave; en el cine, Jean-Luc Godard;[17]
y en literatura la nueva novela francesa (2002: 17)[18].
La década de 1970 representa el período transicional clave puesto que es en
este período cuando la estética del alto modernismo, que en su origen se había
presentado como un arte de oposición, subversivo ante la sociedad como el
expresionismo abstracto, la poesía de Pound, Eliot o Wallace Stevens, las obras
de Stravinsky, la literatura de Joyce, Proust y Mann, se habían ya institucionalizado, convertido en el establishment, dominando la academia,
los museos y las redes de galerías de arte, por lo que una nueva generación de
poetas, pintores y músicos iniciaron un movimiento de ruptura ante tal ambiente asfixiante
(2002: 16). En términos de teoría contemporánea, la posmodernidad no se
define por los discursos sistémicos e integrados, como lo fueron, por ejemplo,
la obra de Wittgenstein o la filosofía analítica. En la posmodernidad se ha
configurado un nuevo discurso, asociado a la filosofía francesa, concretamente
a la obra de Michel Foucault. Jameson afirma que lo propiamente posmoderno en
la obra de Foucault, consiste en que no podemos catalogarla únicamente como filosofía, historia,
ciencia política o teoría social.
Como
hemos visto la hipótesis central de Jameson es que el posmodernismo como lógica
cultural del capitalismo avanzado, es producto principalmente de las
transformaciones en el orden económico-social producidas después de la Segunda
Guerra Mundial. En este cuadro, Jameson nos previene de conceptualizar esta
transición en términos de una ruptura radical, sino más bien debe ser entendido
como una reestructuración de elementos ya dados, sobre todo en el campo de la
estética y la filosofía, donde encontramos rasgos propiamente posmodernos.
Estos rasgos o pautas, de estar subordinados, pasan a ser dominantes, a ser
rasgos centrales de la producción cultural. Por ejemplo, las obras de Flaubert,
Mallarmé y Mann, además de los filósofos a los que Rocoeur clasificó como la filosofía de la sospecha: Marx,
Nietzsche y Freud. Ácidamente, Jameson señala que los intelectuales posmodernos
le deben a estos tres filósofos, obediencia
conjunta (2002: 83).
1.2 La constelación
de conceptualizaciones y esquemas
El conjunto de teorías y conceptualizaciones heterogéneas
de posmodernidad, serán analizadas aquí no en modo progresivo y lineal, sino
que me parece más adecuado, utilizar como metáfora la palabra constelación, en razón del carácter
discontinuo, contradictorio y no lineal de este conjunto. Como hemos mencionado
ya, la posmodernidad abarca diversos campos disciplinarios, desde la estética
hasta la filosofía, la ciencia y la política, por lo que los conceptos aquí
referidos necesariamente reflejarán esa diversidad, con lo cual, esperamos
conseguir una visión amplia del fenómeno, para finalmente construir un concepto
de posmodernidad.
Albrecht
Wellmer, en su obra Sobre la dialéctica
de la modernidad y posmodernidad. La crítica de la razón después de Adorno (1993),
señala que el prefijo pos forma parte
de una red de conceptos y formas de pensamiento cuyo referente común es la consciencia de encontrarse en el umbral
de una sociedad cuyos contornos aún no son claros, pero parece apuntar a la
extinción del proyecto histórico de la modernidad. Señala que las teorías
posmodernas tienen como temática recurrente la crítica a las nociones de razón
y del lenguaje, siendo que una de las proclamas centrales del posmodernismo es
la muerte de la modernidad. Wellmer
comenta que los epitafios para la modernidad están repletos de sarcasmo, acritud y odio: “Nunca un
proyecto comenzado con tan buenas intenciones –hablo del de la Ilustración
europea- fue llevado a la tumba entre tantas maldiciones.” (1993: 104). Wellmer
interpreta a la posmodernidad, no en términos sociológicos, sino como un proyecto: el de la «autosuperación de la razón». De este
modo, el posmodernismo tiene un tema de fondo central: la crítica a la razón «totalizadora». La posmodernidad sería entonces
un movimiento de búsqueda de una razón como juego de racionalidades plurales,
asentada en una tolerancia reciproca
de los discursos y no como una razón ideal que comporte una reconciliación
de los juegos de lenguaje (1993: 112).
David
Harvey, en su obra La condición de la
posmodernidad (2004), delimita a ésta como una condición
histórico-geográfica específica. Siguiendo el análisis de Jameson, en torno a
la posmodernidad como producto de las transformaciones en el modo de producción
capitalista después de la Segunda Guerra Mundial, sostiene que ésta etapa
histórica nace de la crisis de hiperacumulación del régimen de acumulación
fordista-keynesiano, cuyo auge se ubica entre 1945 y 1973.[19]
Este régimen se basó en el dominio del Estado keynesiano, con un poder amplio
de regulación monetaria, fiscal y política, además un trabajo organizado cuya
disciplina se estableció en el New Deal
de Franklin D. Roosevelt y por la función corporativa de los sindicatos. El
trasfondo de este proceso fue la consolidación de la hegemonía económica,
financiera y militar de Estados Unidos. De 1965 a 1973 comenzó a gestarse la
crisis del régimen de acumulación
fordista y del boom de la posguerra. La rigidez que comenzó a dominar la
economía determinó que, con el fin de mantener los compromisos del Estado
keynesiano, se imprimiera moneda, con lo que se desató la ola inflacionaria.
1973 fue el momento culminante de la espiral inflacionaria y año además en que
la OPEP desató la crisis petrolera al incrementar los precios del petróleo. De
este modo, en 1973 se exteriorizó una profunda crisis de sobreacumulación;
fiscal y de legitimación. La respuesta a esta crisis, afirma Harvey, fue la
articulación de un régimen de acumulación
«flexible», el cual se caracteriza: “por la emergencia de sectores
totalmente nuevos de producción, nuevas formas de proporcionar servicios
financieros, nuevos mercados y, sobre todo, niveles sumamente intensos de
innovación comercial, tecnológica y organizativa” (2004: 170). El capital
adquiere mayor movilidad y recurre al capital financiero como poder coordinador. El sistema financiero
se desreguló y adquirió una importancia fundamental en la economía mundial, lo
que para Harvey significa un mayor potencial para la formación de crisis
monetarias y financieras, por otra parte, el incremente en la capacidad de
movilidad del capital ha aumentado su poder sobre los Estados Nación.[20]
Por otro lado, el empleo regular transita hacia los contratos de medio tiempo,
subcontratos o trabajo temporal, es decir, hacia la precarización laboral, la
caída del nivel salarial y la seguridad laboral. Al mismo tiempo, Harvey señala
que el mercado laboral se ha reestructurado, con un mayor peso del sector de
los servicios. Por otra parte, en términos políticos, la posmodernidad se
caracteriza por la llegada del neoconservadurismo, representado por los
gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Tatcher. El neoliberalismo tendría como
eje la política económica poskeynesiana de ataque a los salarios reales y el
poder que los sindicatos habían adquirido en el periodo de la posguerra, a
través de las políticas de austeridad, el recorte fiscal y el abandono del
compromiso social.
La
transición hacia un régimen de
acumulación «flexible», fundado en la inestabilidad y fragmentariedad, que
ponderada la aceleración del rito de innovación de las mercancías y la
integración de nichos de mercado especializados, como respuesta a la crisis de sobreacumulación del régimen de acumulación fordista, no operó sólo en términos
económicos, sino además en su correspondiente modo de regulación social y política. La tesis central de Harvey,
es que el posmodernismo es un
movimiento estético que nace de la crisis de hiperacumulación que culminó en
1973, que con su celebración de la diferencia, lo transitorio, el espectáculo y
la moda, y en general con la creciente mercantilización de la cultura, mimetiza estéticamente al nuevo régimen
de acumulación «flexible» (2004: 334).
Para
1960, cuando comienza la crisis del régimen de acumulación fordista, surgieron
diversos movimientos contraculturales y
antimodernistas, los cuales adoptaron
lógicas antiautoritarias, un lenguaje iconoclasta y una crítica a la vida
cotidiana generada por los imperativos de la modernidad
racional-técnico-burocrática, el Estado y las instituciones sociopolíticas.
Estos movimientos contraculturales y antimodernos fueron el sustrato de 1968,
el cual, para Harvey, constituye el precursor político y cultural del
posmodernismo. De este modo, sostiene que entre 1968 y 1972 surgió el posmodernismo de la crisálida del
movimiento antimoderno. El posmodernismo nació de la derrota
política de 1968 (2004: 55). No obstante, encontramos una cesura histórica
sorprendentemente exacta en la obra del arquitecto Charles Jencks, de quien
Harvey cita:
“El fin simbólico del modernismo y el
tránsito al posmodernismo se produjeron a las 15:32 horas del 15 de julio de
1972, cuando el complejo habitacional Pruitt-Igoe en St. Louis (una versión
premiada de la «máquina para la vida moderna» de Le Corbusier) fue dinamitado
por considerárselo un lugar inhabitable para las personas de bajos recursos que
alojaba.” (Harvey, 2004: 56).
En
adelante, la arquitectura de la Bauhaus, la arquitectura
funcional, cedería ante el nuevo paradigma Learning from Las Vegas, del arquitecto Robert Venturi. Harvey
comenta que el posmodernismo arquitectónico
sostiene una visión fragmentada de lo urbano, recuperando las historias locales y las necesidades y fantasías particulares, en
contraste con los grandes proyectos de
la arquitectura moderna, comprendidos en un proyecto
social (2004: 85). De este modo el posmodernismo
arquitectónico defiende la autonomía del espacio y una construcción basada
en un estilo ecléctico y ornamental. En términos estéticos, Harvey señala,
siguiendo a Jameson, que el posmodernismo
denota la disolución de las fronteras entre la alta cultura y la cultura popular, por lo que se presenta como un
movimiento antiaurático y antivanguardista.[21]
El posmodernismo se enfoca a la
producción cultural de acontecimientos, espectáculos, happenings e imágenes de
los medios. En el campo filosófico, Harvey afirma que el posmodernismo denota la mezcla del pragmatismo norteamericano, el
posestructuralismo y el neomarxismo que elaboran una crítica de la razón
abstracta y una profunda aversión a
los proyectos de emancipación social a través de la ciencia, la razón y la
tecnología. La deconstrucción como movimiento iniciado por Derrida, a fines de
1960, caracteriza también al posmodernismo.
Para Derrida, el collage es una forma esencial del discurso posmoderno.
El posmodernismo, pondera la
fragmentación, la discontinuidad, el pluralismo, el reconocimiento de otras voces.
En
su obra Los orígenes de la posmodernidad (2000),
Perry Anderson elabora un minucioso análisis de la genética del término. Señala
que la noción de posmodernidad
emergió en Hispanoamérica en los años treinta del siglo XX con Federico de
Onís, quien denominaba así a la corriente conservadora dentro del propio
modernismo, cuyas características eran el perfeccionismo del detalle y el humor
irónico. Frente a esta corriente, de Onís propuso un ultramodernismo que llevara a éste a una nueva culminación a través
del trabajo poético de las vanguardias, con obras de alcance universal. El concepto de posmodernidad
introducido por de Onís, no tuvo una difusión más amplia en el ámbito
hispanoamericano. Veinte años después, el término posmodernidad fue utilizado por Arnold Toynbee como categoría
histórica, en el octavo volumen de su Estudio
de la historia, para describir a la época iniciada con la guerra
franco-prusiana y el proceso del auge de la clase obrera industrial en
Occidente. Para Anderson las deficiencias empíricas de la obra de Toynbee y sus
conclusiones proféticas contribuyeron al aislamiento de su obra. En
Norteamérica, el término fue introducido por el poeta Charles Olson, crítico
del racionalismo humanista, en quien encontramos un uso más adecuado del
término, como descripción de un mundo más allá de la era de los descubrimientos y de la Revolución
Industrial. No obstante, Anderson señala que las ideas estéticas de Olson no
cristalizaron en una doctrina concreta, con el inicio del ambiente
anticomunista en Estados Unidos, su poesía se volvió más irregular y
aforística. En 1959 el término reapareció en la obra de C. Wright Mills para
designar una era en las que los ideales del liberalismo y el socialismo estaban
a punto de derrumbarse.
Ahora
bien, Anderson comenta que el termino posmodernidad alcanzó una difusión más
amplia hasta los años setenta. En 1972 apareció en Nueva York la revista Boundary 2, bajo el subtitulo “Journal of Posmodern Literature and
Culture”, con el reconocimiento de la influencia de la poesía de Charles
Olson y la escuela de poetas de Black Mountain. La contribución de Boundary 2, de acuerdo con Anderson, fue
estabilizar la idea colectiva de lo posmoderno, aunque la revista literaria
finalmente se decantó en un existencialismo sartreano y próximo también a
Heidegger. Entre los primeros colaboradores de esta revista se encontraba el
crítico literario Ihab Hasan, quien adoptó la categoría foucaultiana de ruptura epistémica para definir al
pensamiento posmoderno y su juego de
indeterminación e imanencia. En el análisis de Hasan, Anderson señala que
tres nombres aparecían constantemente: el compositor John Cage, el pintor
Robert Rauschenberg y el diseñador
Buckminster Fuller. No obstante, Hassan rechazó analizar las consecuencias
político-sociales de la posmodernidad, debido a la aversión que sentía hacía la
política. Posteriormente, en 1987 en su obra The Postmodern turn, Hassan se distanció de la corriente
posmoderna. Acusó al posmodernismo de haber tomado un rumbo equivocado que lo condujo a convertirse en una bufonada ecléctica. Por otra parte,
Anderson señala que desde el ámbito de la arquitectura en la década de los
setenta el concepto fue adoptado por Charles
Jenks en su obra Language of
Post-modern Architecture (1997), para quien lo posmoderno en términos
arquitectónicos consistía en un estilo de doble
codificación que apelaba simultáneamente a la
sensibilidad educada y al gusto de
las masas. De acuerdo con Anderson, esta tesis había sido inspirada por la obra
Learning from Las Vegas (1972) del
arquitecto Robert Venturi, un manifiesto arquitectónico en el que se criticó a
la arquitectura moderna, es decir, el Estilo
Internacional inaugurado por Mies Van der Rohe. Para Venturi la
arquitectura debía insertarse dentro de lo urbano sin las aspiraciones puristas
del modernismo arquitectónico, fundando un nuevo estilo basado en lo decorativo
y asociando a la arquitectura con las artes gráficas y la escultura. Con este
antecedente puede entenderse la obra de Charles Jenks, para quien finalmente en
la década de los ochenta lo posmoderno se materializó en una sociedad mundial
de tolerancia plural, que ofrecía una
superabundancia de ofertas posibilitada por la sociedad de la información.
Para
Anderson la obra de Venturi y Jencks fue fundamental para que la arquitectura portara la insignia de lo posmoderno, siendo
el primer ámbito al que suele asociarse a éste concepto desde entonces (2000: 37).
El siguiente referente esencial es la obra La
condition posmoderne (1979) de Lyotard y la obra de Fredric Jameson, cuyos
conceptos de posmodernidad ya hemos analizado. Anderson señala que la aparición
de la posmodernidad corresponde a la década de 1970, en la que identifica tres
coordenadas históricas nuevas: La primera, la liquidación de la tradición
aristocrática en la Europa continental después de la Segunda Guerra Mundial,
proceso acompañado por la extinción de la burguesía como clase poseedora de una
moral propia y conciencia de sí misma, en su lugar aparece un conjunto
fluctuante de actores: ejecutivos, auditores, administradores y especuladores
del capital sin identidad estable ni estabilidad en la estructura social (2000:
118). Otra dimensión del fin del mundo
burgués es la liquidación de todo establishment
academicista al que un arte de vanguardia pudiera cuestionar. La segunda
coordenada histórica señalada por Anderson, es la evolución de la tecnología,
particularmente considera que un avance tecnológico fundamental que provocó un
salto cualitativo en el poder de comunicación de masas es la televisión a
color. Para Anderson la televisión a color, cuya masificación se consolido en
la década de 1970, representa la innovación tecnológica fundamental de lo posmoderno,
ya que en adelante la posmodernidad se constituiría también como una maquinaria de imágenes, de modo que el
entorno posmoderno está constituido por un Niágara
de cháchara visual (2000: 122).[22]
Ahora bien, la imagen es sobre todo mensaje, y estos mensajes transmiten
ideología en el sentido completo del término. De este modo, la cultura
posmoderna es ante todo la cultura del
espectáculo (2000: 156). La tercera coordenada histórica son los cambios
políticos de la época, coincidiendo con Harvey, entiende al posmodernismo como producto de la
derrota de los movimientos político-subversivos en la década de 1970, de modo
que en la siguiente década la ofensiva de la derecha se expresó en los procesos
de privatización y ataque a la clase obrera de los gobiernos de Reagan y
Tatcher, en los que se constituyó el orden neoliberal. Anderson señala que para
la década de 1980 se consolidó el triunfo
universal del capital y la cancelación de alternativas políticas. En suma,
estas tres coordenadas históricas caracterizan el surgimiento y consolidación
de la posmodernidad, a las que Anderson resume así: “la posmodernidad surgió de la constelación de un orden dominante
desclasado, una tecnología mediatizada y una política monocroma” (2000: 126).
En suma, para Anderson la posmodernidad es propia de sociedades capitalistas de
una riqueza sin precedentes y con niveles de consumo muy elevados.
David
Lyon, en su obra Posmodernidad (2005),
afirma que este concepto ha suscitado desde la década de los ochenta un debate
importante en una gran variedad de disciplinas, desde la geografía hasta la
teología y de la filosofía a la ciencia política, cuyo antecedente fue la
controversia que tal término suscitó en el arte, la literatura, arquitectura y
cine. Identifica a Jean-François Lyotard, Jean Baudrillard, Jaques Derrida,
Michel Foucault, Gilles Deleuze, Gianni Vattimo y Richard Rorty como pensadores
posmodernos. Señala que como concepto socioanalítico cobró relevancia desde la
década de los ochenta, siendo rechazado por varias corrientes y pensadores,
quienes acuñaron otros sustantivos, prefijos y adjetivos para denotar al
fenómeno posmoderno: modernidad alta,
que expresa una idea de madurez de la misma;
modernidad tardía, que sugiere
una etapa final; hípermodernidad, para denotar que ciertos rasgos presentes
marginalmente en la modernidad que hoy predominan; metamodernidad, que expresa que las condiciones propias de la
modernidad se han transformado; y modernidad
reflexiva, que postula la autoconciencia de la modernidad misma (2005: 17).
Lo que tenían en común tales términos era el rechazo de la idea de que la
modernidad se habría detenido.
Lyon
defiende el concepto de posmodernidad y critica su rechazo fácil al calificarla
como moda o capricho intelectual. La posmodernidad es producto de una serie de procesos
fundamentales que tuvieron lugar hacia fines del siglo XX, de modo que no se
puede considerar la situación actual como una mera prolongación de la
modernidad, incluso con cambios de mera forma. Esos cambios fundamentales
fueron señalados en la década de los setenta por Daniel Bell, que utilizó el
término “posindustrialismo” para describir la nueva realidad en la producción
en la que el sector de servicios se había convertido en predominante, además
del auge de las tecnologías de la comunicación y la información, que
configurarían una “sociedad de la información”, concepto del que el análisis de
Lyotard parte, aunque sin la fe en el progreso del que esta noción estaba
imbuida. Lyon afirma que la posmodernidad está íntimamente relacionada con el
nihilismo occidental, generado cuando la razón moderna se cuestiona así misma.
Respecto a la génesis de lo posmoderno, menciona a pensadores como Friedrich
Nietzsche y su filosofía nihilista; a Martin Heidegger y su amplia influencia
en el pensamiento de Gianni Vattimo, con la negación de entender el fin de la
modernidad como un escenario de decadencia y colapso cultural; George Simmel,
con su análisis de lo social no desde un punto de vista comprehensivo, sino
fragmentario y la pérdida de sentido en el mundo posindustrial. Este nihilismo
posmoderno analizado por Lyon expresa la crisis de la metanarraciones de La condición posmoderna de Lyotard. La
idea de progreso y razón entran en crisis. La primera dimensión cuestionada es
la noción de un conocimiento o cultura universal; la segunda, el progreso
basado en la tecnociencia, que generó un desastre medioambiental; y tercera, la
dimensión de la legitimación política, cuya crisis se refleja en la
desmotivación del ciudadano-trabajador.
En
Lyon encontramos una importante distinción entre posmodernidad, posmodernismo y
posmodernización. Sostiene que la posmodernidad
denota el auge de las tecnologías de la información y la comunicación, que
facilita la extensión de las relaciones sociales en el fenómeno propio de la
globalización, en un ambiente de sobreproducción de imágenes, objetos y
diferencias (2005: 99). Para Lyon el rasgo esencial de la posmodernidad es la
comunicación, especialmente a través de las redes informáticas; por otra parte,
se caracteriza por el surgimiento de nuevos movimientos sociales relacionados
con problemas étnicos, ecológicos y de género y; finalmente, expresa el dominio
del consumismo, que ha llegado a eclipsar la posición central de la producción.
La sociedad de consumo, es una categoría fundamental para entender el fenómeno
de la posmodernidad, ya que es el consumo lo que domina la existencia y lógica
social de los sujetos posmodernos. Ello determina el cuestionamiento de los
anteriores modelos de análisis social y práctica política. De este modo, Lyon
defiende la utilización del concepto de posmodernidad en todo intento de
describir el cambio cultural, aunque niega que la posmodernidad sea una
sociedad completamente nueva o que podamos identificar alguna sociedad con este
concepto. La posmodernidad para Lyon, denota aquel estado de crisis de la
modernidad, la aparición de nuevas tecnologías y formas de relacionarse
socialmente.
El posmodernismo, que acentúa lo cultural,
cuestiona todos los principios de la ilustración europea: “El posmodernismo se
refiere aquí a fenómenos culturales e intelectuales, a la producción, consumo y
distribución de bienes simbólicos” (2005: 26).[23] El
eslogan propio de este posmodernismo es “Aprender
de Las Vegas”, o de los indígenas, la
naturaleza o lo que sea, agrega Lyon,
ya que en un ambiente en que los discursos proliferan y se multiplican, el
logocentrismo queda desacreditado. El estilo propio de este posmodernismo es el
collage. Finalmente, la posmodernización se refiere a los
procesos de movilidad y flexibilidad en la producción industrial, el predominio
de los trabajadores de la información y la tecnología como principal factor de
la innovación en los métodos de producción y la creación de nuevas formas y
vías de relacionarse socialmente (2005: 108).
En
términos cercanos a Jameson, Anderson y Lyon, Terry Eagleton, en su obra Las ilusiones del posmodernismo (1998),
define a la posmodernidad como un periodo histórico específico y al posmodernismo como una forma de la cultura contemporánea. En este trabajo, Eagleton
usa indistintamente ambos conceptos. Señala que la posmodernidad es un estilo de pensamiento que desconfía de
las nociones de verdad, razón, identidad y objetividad, la idea de progreso
universal o emancipación y de los grandes
relatos. En este sentido, considera al mundo como contingente, inexplicado,
diverso, inestable, indeterminado; con un escepticismo en torno a la
objetividad de la verdad, la historia y las normas. Como Jameson, Eagleton
considera que la posmodernidad tiene un sustrato material: una nueva forma de
capitalismo en Occidente relacionado con la importancia de la tecnología, el
sector de servicios, finanzas e información, y con la sociedad de consumo. En
este sentido, encontramos en Eagleton la reafirmación de la tesis de que la posmodernidad no es meramente un estilo,
sino una realidad social: “Parte del
poder del posmodernismo es el hecho de que existe, mientras que considerar
existente el socialismo es más discutible”
(1998: 13). Como estilo cultural, el posmodernismo denota un arte sin
profundidad, descentrado, sin fundamentos, autorreflexivo, juguetón, ecléctico,
pluralista, que rompe con la distinción entre la alta cultura y la cultura
popular.
Klaus
Von Beyme, en su obra Teoría política del
siglo XX. De la modernidad a la posmodernidad (1991), señala que en las
ciencias sociales las teorías posmodernas se impusieron en contra de los
conceptos de sistema y totalidad, resaltando en cambio su carácter compilatorio. Por otro lado, evalúa la
problemática en torno a la periodización de la posmodernidad, ya que “un
pensador posmoderno consecuente no puede aceptar una época posmoderna
claramente delimitada” (1991: 145).
Comenta que Charles Jencks situó su nacimiento en 1960, y que otras situaciones
históricas se consideran como cesuras,
tales como el activismo de la generación de 1968 o la demolición de edificios
representativos de la modernidad clásica en San Luis en 1973. La tesis
principal de Von Beyme es que la posmodernidad no comporta un paradigma
completamente nuevo que reemplace a la modernidad, sino que representa la
radicalización y culminación de sus principios. Siguiendo esta idea, señala que
puede entenderse la paradoja del futuro
anterior de Lyotard cuando éste afirmó: “Una
obra no puede convertirse en moderna si, en principio, no es ya posmoderna”
(Lyotard, 1999: 23). En este sentido, la posmodernidad no comporta una negación
completa de las conquistas de la
modernidad, los principios modernos que han tenido continuidad en el
pensamiento posmoderno son: el antievolucionismo,
el método comparativo (método de la
diferencia) y la diferenciación de
las subesferas de la sociedad, aunque señalando la primacía de la cultura.
Von
Beyme caracteriza a la sociedad posmoderna como sumergida en una época de
hedonismo dominada por el yo minimalista,
que vive en apatía y falta de compromiso social. Este individualismo hedonista
de la sociedad posmoderna tiene como contraparte los encounter groups y las terapias de felicidad, cuya expresión vital
es el art pop (1991:154). En este
sentido, en la posmodernidad el conflicto entre política y economía no aparece
ya como dominante, sino las relaciones de intercambio entre la cultura y la
economía, en las que la cultura es sometida a un proceso de comercialización.
En términos sociales, la posmodernidad comporta el dominio de la sociedad
multicultural y el debilitamiento de las fronteras del Estado-nación, imperando
como paradigma los procesos de descentralización y localismo.
El
posmodernismo no surgió como un grupo paradigmático compacto, sino que éste se
articuló en varios momentos. El primer concepto que logró tener influencia fue
el de poshistoria, creado por el
filósofo francés Antoine Augustin Cournot durante el Segundo Imperio. Después
vendrían conceptos que lograrían imponerse rápidamente como sociedad posindustrial, posfordismo, posmaterialismo hasta llegar al posfeminismo.
El posmodernismo, denota un desencantamiento
de la filosofía, situando como centro una
pulsión lúdica. En la articulación del pensamiento posmoderno influyeron
las ciencias naturales y la teoría del arte (1991: 323). Los principios
relevantes del pensamiento posmoderno, de acuerdo con Von Beyme, definidos
negativamente en referencia a su distanciamiento de la modernidad, son: Indeterminación, fragmentación, hibridación,
disolución del canon, pérdida del yo, ironía, carácter de constructo e
inmanencia. A su vez, identifica seis rasgos característicos: 1) La revolución del concepto de tiempo y la
conciencia de vivir en una época de transformación histórica. En este
sentido se el posmodernismo percibe una aceleración
de la vivencia del tiempo que se potencia en esta fase histórica. Esta
aceleración se manifestó en el arte en el happening:
“la posmodernidad ha aprendido a vivir con la vivencia de lo efímero”.[24]
2) La acentuación en la irreligiosidad de
la modernidad. Se renuncia a la búsqueda de un sentido global, de una
teleología; al ámbito de la trascendencia e incluso a la imposibilidad de
encontrar normas comunes; 3) la distancia
irónica y el placer por lo lúdico. El pensamiento posmoderno se distancia
de la seriedad moral de la modernidad clásica, lo que exaspera a los defensores
de su proyecto, como Habermas; 4) la
aceptación de la sociedad de consumo posindustrial; 6) el abandono del concepto de sociedad, sobre todo desde el enfoque
deconstructivista y la obra de Niklas
Luhmann y; 6) el rechazo a una relación
instrumental con la naturaleza (1991: 169).
De
este modo, el pensamiento fragmentado de la posmodernidad se opone a la
formación de teorías integradas, siendo que en la modernidad tardía se
convirtió en anacrónica la idea de “una ciencia, un método y un paradigma
teórico”. Los principios de la «teoría
política posmoderna» son: 1) desustancialización
del poder. El análisis del poder y
la dominación en la modernidad clásica se concibió en términos verticales, en
la posmodernidad se entendió como análisis reticular, horizontal, sin que se
verifique una sede espacial, institucional del poder, en cambio este funciona a
través de una estructura reticular, de un modelo de macrocontrol descentralizado que caracteriza al Estado posmoderno[25];
2) fin de la teoría de la revolución.
Los pensadores posmodernos consideran a la teoría de la revolución como parte
de una tentación totalitaria, se
ponderan en cambio las transformaciones en el aquí y el ahora por medio de la actividad.
En este sentido también caen bajo sospecha el internacionalismo y el
cosmopolitismo de la modernidad clásica, caso de Antonio Negri cuando señala el
“fin del internacionalismo obrero”; 3)
intensificación del concepto de pluralismo, que ha mostrado dificultad para
integrarse en un una teoría de la
decisión democrática, cuestión que podemos ejemplificar con el flujo
conflictivo de un universo heterogéneo de juegos
de lenguaje no sometidos a un lenguaje común ni a la noción de consenso, en
la filosofía de Lyotard; el siguiente principio se encuentra íntimamente
relacionado con el anterior; 4) revalorización
de las minorías y crítica al principio de mayoría. Finalmente, la filosofía
posmoderna con la postulación de la muerte de las metanarraciones y la
construcción de un pensamiento posmetafísico comporta el fin de las teorías de la legitimidad, ya que estas
son consideradas por los teóricos posmodernos, como parte de las narraciones emancipatorias míticas.
Zidane
Zeraoui (2006) analiza a la posmodernidad por medio del concepto de paradigma de Thomas S. Kuhn. La época
contemporánea es el escenario de la transición entre dos paradigmas, una época,
por lo tanto, de incertidumbre y relatividad. Zeraoui, esboza los paradigmas de la posmodernidad en
diversos campos y disciplinas. En la ciencia el paradigma posmoderno se
caracteriza por la interdisciplinariedad, indeterminación, inestabilidad y caos
como principio de creatividad, no reduccionista ni determinista. En política el
paradigma posmoderno se caracteriza
principalmente por la crisis de los sistemas autoritarios que permite la
irrupción de nuevos actores sociopolíticos tales como las redes no
gubernamentales, a su vez por los sistemas de consenso; los sistemas
disipativos; el poder descentralizado; disolución de las fronteras; paridad
hombre-mujer; y el lema “pensamiento
global, acción local”. En el ámbito de la economía, se caracteriza por: la
mundialización de la economía; el modelo de producción flexible; la
incertidumbre y; el desarrollo a través de la información y la tecnología. Finalmente, en términos sociales, el
paradigma posmoderno expresa la tendencia al refuerzo de los lazos comunitarios
y el sentimiento localista, así como: flexibilidad en las costumbres, conciencia
de la cuestión ambiental, reconocimiento de las limitaciones de la ciencia y el
asociacionismo libre.
Cárdenas
Bonilla (2006) considera que el concepto de posmodernidad se refiere al
planteamiento del pluralismo ideológico con la ponderación de pequeñas narrativas culturales y étnicas
frente a las políticas etnocentristas y redentoras;
al antiuniversalismo; y al rechazo hacia las viejas formulas para alcanzar el bienestar sociopolítico, ya que la
modernidad fue incapaz de cumplir sus promesas: No se alcanzó mayor libertad,
educación y distribución de la riqueza y, por otra parte, el desarrollo de las
ciencia y la tecnología ha conllevado a una profunda desestabilización de los
ecosistemas y un avance significativo en armamento y sistemas de inteligencia
militar no comparada con la investigación médica, que adolece de falta de
financiamiento.
Rocha
Gámez (2006: 122) define a la posmodernidad como un periodo que “afecta a los niveles como el cultural, filosófico y
político con aspectos críticos y autocríticos inconclusos de la modernidad y
con que se niega a examinar los orígenes o los fines […]”. En el arte, el
término se utiliza para caracterizar a artistas o escritores no tradicionales
ni conservadores, cuya obra emplea términos y conceptos como trasnacional, globalizado, intercultural y mediatización
de la cultura. El arte posmoderno, inicia con la corriente del Funk Art, cuyo objeto estético eran
temas urbanos de finales de los cincuenta: miedo a la muerte, aborto, violencia
e injusticia social. Posteriormente, a principios de la década de los sesentas,
surgió el pop art, movimiento
considerado como rebelde y crítico hacia el consumismo. Con el pop art se constituye una de las
principales características del arte posmoderno, el uso de imágenes de los
medios de comunicación, con la consolidación de los mass media, aunado a una sensibilidad acerca de la vaciedad del sí mismo. Gámez señala que
el pop art entró en una fase de
declive a fines de los años setenta, surgiendo otras expresiones como el performance, cuyas representaciones
abordaban temas como el racismo, la homosexualidad, el sida, entre otros, en el
contexto del surgimiento del feminismo, la guerra de Vietnam, los movimientos
antinucleares y feministas. Otros movimientos que representan el arte
posmoderno son: el earth art, el body art, el hiperrealismo,
el high tech, el anti-diseño y el arte de
internet.
1.3 Concepto de posmodernidad, posmodernismo y posmodernización
Existe un debate en torno a la posibilidad o no, de
otorgarle un status conceptual a tal término posmodernidad. Michel Maffesoli descarta la posibilidad de
otorgarle tal estatus, ya que entiende a la posmodernidad como “el conjunto de
categorías y sensibilidades alternativas
a las que prevalecieron durante la modernidad” (1990: 104). De este modo, para
Maffesoli, lo que denota el término posmodernidad es una toma de perspectiva, una categoría
mental que permite entender la saturación de un epistema. Lo que el término
denota aquí es la sensibilidad de
estar situados frente el fin de una época y el nacimiento de otra, de la que
pueden identificarse ciertas pautas como el pluralismo,
eclecticismo, relativismo, equivalencias e intercambiabilidad.
Urdanibia
(1994) analiza también la dificultad de construir un concepto de posmodernidad,
ya que se le ha empleado para señalar una sensibilidad
de una condición, más que una nueva época, lo que evidentemente le
obligaría a llevar a cabo un esfuerzo períodizador. Urdanibia coincide con
Maffesoli en torno a que lo posmoderno denota un estado de crisis, en el que se elabora una negación del estado
precedente (la modernidad), pero sin llegar a la afirmación de un espacio nuevo, sino a la conciencia de estar situados frente al imperio de “la incertidumbre, el escepticismo,
la diseminación, las situaciones derivantes, la discontinuidad, la
fragmentación, la crisis […]” (1994: 69). Las consecuencias de lo anterior, en
el terreno de lo artístico, conllevan a fenómenos como el pastiche, el collage, en
suma, a una posición escindida y esquizofrénica. ¿Por qué escindida y
esquizofrénica? Porque esta crisis, en la que no podemos encontrar un destino
seguro en el horizonte vislumbrado, constantemente nos remitimos al pasado a
buscar la seguridad de los modelos y cánones establecidos. Fredric Jameson
(1991: 45) coincide en este diagnóstico, denominando como pastiche a la práctica posmoderna que consiste en la imitación de estilos caducos, ante el
ocaso del estilo único modernista.
Esta postura, como se analizará con detalle más adelante, es rechazada por
Lyotard, al denunciar el recurso a la nostalgia,
a los cánones, lo que constituye un deseo
endémico de realidad totalmente
contrario a la estética de lo sublime, al
espíritu de la posmodernidad.
Por su
parte, Patxi Lanceros (1990) señala que el término posmodernidad se muestra
esquivo conceptualmente, ya que lo caracterizan límites difusos y una ubicación variable. La posmodernidad
adopta como principios la fragmentariedad,
discontinuidad y deconstrucción, lo que determina que no podamos hablar de unidad, aquí el centro del problema. La
afirmación más interesante de Lanceros es que “no existe posmodernidad” sino
una “multiplicidad de estrategias parciales que carecen de estrategia común” (1990:
142). Estas estrategias, van desde
Nietzsche y Baudelaire, pasando por Wittgenstein y Heidegger, hasta llegar a la
informática (Lyotard y Vattimo). Es aquí, cuando encontramos en Lanceros una
oposición nítida de la posmodernidad a la modernidad, ya que lo moderno estuvo
dominado por la intención de unidad,
principio generador de un proyecto,
esto es el proyecto de la modernidad,
el proyecto de la Ilustración.
¿Se
puede otorgar un estatus conceptual al término posmodernidad? Klaus Von Beyme
señala: “la investigación empírica no puede prescindir de la formación de
conceptos abstractos” (1991: 20). En
este sentido, es fundamental la defensa que hace Fredric Jameson (2002) del
principio de abstracción, el cual: “es un recurso que nos permite ver en los
dominios aparentemente autónomos e inconexos, los ritmos y secuencias ocultas
de cosas que por lo común sólo recordamos aisladas y una por una” (2002: 58). Jameson refuta a los pensadores posmodernos que le “declararon la
guerra” a todo principio de totalidad, sobre todo en términos conceptuales. Encontramos
aquí una teorización en defensa de la conceptualización del término posmodernidad,
puesto que Jameson señala que hay una aparente contradicción en el intento de unificar un campo y la lógica misma de
la sustancia de ese campo. Esto es, el argumento de que siendo que el conjunto
de las teorías posmodernas está
caracterizado por una lógica de la diferencia o diferenciación, y por la
completa heterogeneidad y emergencia de subsistemas aleatorios e inconexos de
todas clases, existe una contradicción y, aun más, un ejercicio de violencia y dominación en el intento de reducir y excluir la constelación de juegos y diferencias en un sistema
unificado.
La
pregunta que Jameson afronta es: “¿existe
algo contradictorio y extraviado en construir un sistema unificado de la
diferenciación?” Jameson afirma que no, refuta a los creen lo contrario
argumentando que existe una confusión entre niveles de abstracción, ya que al
conceptualizar un sistema que produce diferencias, no por ello deja de
producirlas, además de que los detractores de este intento suponen que el
concepto debe ser en especie como el objeto que trata de teorizar, noción
sumamente errada para Jameson, ya que “no se supone que el concepto de perro
ladre o el de azúcar tenga un sabor dulce” (2002:60). De esta forma, el
concepto de posmodernidad, en la construcción abstracta de su objeto, no tiene
que corresponder con la sustancia del mismo, es decir, no tiene reflejar
propiamente, en sí mismo, toda la gama de estrategias o juegos del lenguaje
propios de la constelación de teorizaciones y reflexiones en torno a lo
posmoderno. En esta reflexión de Jameson, encontramos argumentos sólidos para
emprender la construcción de un concepto de posmodernidad. En todo caso, Jameson
nos previene de fetichizar el
concepto de posmodernidad, de modo que identifiquemos o reemplacemos a éste con
la realidad misma.
Los
principios que permiten reconocer al pensamiento posmoderno son los conceptos de
diferencia, heterogeneidad, diversidad,
pluralismo, fragmentariedad e indeterminación.
Así mismo, éstos se oponen nítidamente a los defendidos en la modernidad, en la
que el mundo es entendido como “totalidad, como sistema de relaciones
jerárquicamente ordenadas” (Gargani, 1998: 19). El cosmos geométrico de la modernidad, se afinca en los principios de universalización,
historia, razón, unidad y progreso. Los
pensadores posmodernos emblemáticos son Jean-Franҫois Lyotard, Gianni Vattimo y
Fredric Jameson. Michel Foucault, Emmanuel Lévinas, Jacques Derrida, Jean
Baudrillard y Gilles Deleuze son considerados como precursores del
posmodernismo e incluso como filósofos posmodernos, aunque la mayoría negaron o
rechazaron considerarse como tales. Niklas Luhmann, Ulrich Beck, Richard Rorty,
Gilles Lipovetsky y Zygmunt Bauman, son considerados también como pensadores de
la posmodernidad, a pesar del rechazo de la mayor parte de ellos a
identificarse con esta corriente o seleccionar otras categorías y conceptos
para describir fenómenos que son objeto también del análisis posmodernista.[26]
Como
hemos mencionado, a pesar de que el concepto de posmodernidad ha sido utilizado
más como un concepto operativo que como uno analítico, los anteriores son
principios y análisis fundamentales para construir un concepto de
posmodernidad. Con base en la discusión analizada en este trabajo y el
pensamiento de los filósofos posmodernos, pretendo definir un concepto de
posmodernidad que pueda utilizar en este trabajo con fines tanto operativos
como analíticos.
La
posmodernidad es un
periodo histórico articulado en la década de 1970 como producto de la crisis en
el sistema capitalista keynesiano-fordista, que comportó el tránsito hacia un
régimen de acumulación «flexible». Este régimen se caracteriza por el fin del
Estado social-keynesiano, el incremento de la movilidad del capital, la
desregulación financiera y la precarización laboral. Por otra parte, durante
este periodo es fundamental el desarrollo y predominio del sector de servicios
de la economía, las tecnologías de la información y la comunicación, la
sociedad de consumo y el Estado neoliberal. En términos políticos denota la
hegemonía del neoconservadurismo en los gobiernos occidentales, los procesos de
descentralización del poder, el surgimiento de los nuevos movimientos sociales, la crisis de participación política o crisis de motivación en la ciudadanía, la crisis de las estrategias de cambio
social basadas en el marxismo o la idea de revolución social sistémica, así
como el auge de enfoques liberales basados en el pluralismo, el multiculturalismo
y la descentralización. Otros conceptos que han sido utilizados para describir
este periodo son: capitalismo tardío,
capitalismo multinacional, capitalismo líquido; sociedad posindustrial,
sociedad de los mass media, sociedad de la información, sociedad del espectáculo,
sociedad de consumo; modernidad reflexiva, metamodernidad, modernidad alta,
hípermodernidad, segunda modernidad, globalización, modernidad líquida.
El posmodernismo es una corriente de pensamiento estético, filosófico
y político guiada por los principios de diferencia,
heterogeneidad, diversidad, fragmentariedad
y discontinuidad. En términos
filosóficos, denota los enfoques basados en las metodologías de la deconstrucción, la genealogía y la
hermenéutica, así como el rechazo a la filosofía del Iluminismo; a los
conceptos de razón instrumental, totalidad y sistema. Por otra parte, denota
también la filosofía posmetafísica. En el ámbito estético, comporta el dominio de la cultura pop, en función del creciente proceso de comercialización
de la cultura basado en la indistinción entre cultura de élite y cultura
popular. Este proceso tiene como correlato la extinción de un establishment academicista en el ámbito
estético, así mismo, el abandono del
manifiesto y vanguardia artísticos.
La posmodernización
es el proceso en las sociedades en vías de desarrollo en el que se verifica
el tránsito hacía un régimen de acumulación «flexible», el predominio de las
tecnologías de la información y la comunicación, las cuales son fundamentales
para la lógica del desarrollo del capitalismo tardío multinacional. Por otra
parte, denota la articulación de una sociedad de consumo y la consolidación del
Estado neoliberal por medio del proceso de privatización y desregulación de
sectores de la economía, llevando a su fin a las políticas económicas de corte
keynesiano, es decir, el fin del Estado benefactor. De este modo, la posmodernización no es un proceso
etnocéntrico, ya que se ha verificado en naciones en América Latina y Europa
del Este, principalmente a través de las políticas de ajuste impulsadas por el Fondo Monetario Internacional y el
Banco Mundial desde la década de 1980.
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[1]
No obstante, Wellmer advierte que esta
analogía puede resultar en parte engañosa, ya que en un dibujo encriptado el
observador puede descubrir esto o aquello en un juego en el que lo ambiguo se
encuentra dentro del fenómeno óptico. En cambio, en aquella constelación espiritual que es la
posmodernidad, aun si la ambigüedad
estuviera localizada en el fenómeno mismo, el observador no está situado
externamente al dibujo, sino que estaría formando parte de él, por lo que no
podría observarlo en su totalidad. Lo
que Wellmer quiere decir es que no puede decirse nada revelador acerca de la
posmodernidad a no ser que se haga desde una perspectiva teórica que al mismo
tiempo ofrezca una imagen o representación del presente. Lo que me parece
importante de esta metáfora empleada por Wellmer, es que denota la complejidad
de esa constelación compuesta por una
heterogeneidad de conceptos y formas de pensamiento que giran en torno al
prefijo pos (Wellmer 1993: 52). Por
otra parte, la palabra inglesa puzzle ha
sido castellanizada como puzle. De acuerdo con el diccionario de la Real
Academia Española, sólo posee una acepción o significado: rompecabezas (juego).
[2]
“El posmodernismo es un fenómeno tan variado que todo lo que se asegure de una
obra está casi destinado a ser falso en otra”; “Si el posmodernismo cubre todo,
desde el punk rock hasta la muerte de
la metanarrativa, desde las revistas de historietas hasta Foucault, entonces
resulta difícil ver cómo un único esquema explicativo puede llegara a hacer
justicia a una entidad tan raramente heterogénea” (Eagleton, 1988:13 y 45, respectivamente)
[3]
Lyotard señaló que esta obra se concibió como un informe del saber en las sociedades más desarrolladas, propuesto al
Counseil des Universités del gobierno
de Quebec. En este sentido comenta que es un escrito de circunstancias (1998a:11). No obstante, su importancia
en la consolidación del paradigma de la posmodernidad es fundamental. Anderson
señala que tres años antes de la publicación de esta obra Lyotard había
asistido a un simposio organizado por el teórico literario Ihab Hassan, quien
en 1971 fue uno de los primeros en adoptar teóricamente la noción de posmodernidad, aunque en términos
estrictamente estéticos como veremos más adelante. Por otra parte, para
Anderson, esta obra realizada por encargo oficial, es una guía poco fiable para captar la postura intelectual más general
de Lyotard, ya que una de las cuestiones centrales a la que la obra se limita
es el destino epistemológico de las ciencias naturales, un tema en el que
Lyotard era un lego y, en este sentido, Anderson cita una confesión realizada
posteriormente por aquél en una entrevista: “Me inventé historias, me refería a
una cantidad de libros que nunca había leído, y por lo visto eso impresionó a
la gente; todo eso tiene algo de parodia […]. Es
simplemente el peor de mis libros, que son casi todos malos, pero éste es el
peor.” (Anderson, 2000:40). Ahora
bien, consideremos que esta declaración contiene una buena dosis de ironía y
espíritu lúdico, típico en la obra de Lyotard: “Como presunto filósofo y escritor, confieso que no tengo
posibilidad alguna de evitar ser un impostor” (1992:20). En este sentido, en la
misma introducción a La condition
posmoderne, Lyotard realiza una aclaración que Anderson no considera ni
cita: “Queda añadir que el informador es un filósofo, no un experto. Éste sabe
lo que sabe y lo que no sabe, lo sabe aquél. Uno concluye, el otro interroga,
ahí están dos juegos del lenguaje.”
[4]
Respecto a la relación de los diversos campos de conocimiento con la narrativa,
Habermas afirma: “Pero tampoco el pensamiento conceptual, ni siquiera en los
ámbitos de la filosofía, de las ciencias sociales y humanas, e incluso en la
física, mantiene el lenguaje teórico su autonomía frente a los elementos
figurativos, metafóricos e, incluso, míticos. No hay una lengua exclusivamente
conceptual” (1988:47); “Ya sabemos, al menos desde la obra de Mary Hesse, que
también el lenguaje de los científicos está recorrido por metáforas […]” (1988:194). En este sentido, Vásquez
Rocca (2006:46) considera que el interés por lo literario y artístico no tiene
porque implicar un apresurado abandono del modelo discursivo y analítico
característico de la filosofía, sino el acceso a un punto de vista más completo, otro
límite crítico. Sostiene la tesis de que la «estetización generalizada», constituye una revitalización para la
filosofía, trascendiendo el ámbito restringido designado por el paradigma
cientificista y la tradición moderna. La tesis entorno a una «estetización
generalizada» es uno de los motivos de la crítica al posmodernismo (véase el
capítulo tercero de este trabajo).
[5]
Perry Anderson señala que la noción de las metanarraciones
fue formulada por primera vez por Lyotard en su obra Instructions païennes (1977). En el origen
este término se refería a una metanarración
«maestra»: el marxismo (2000:44). En La condition
posmoderne, como vemos, se extiende el catálogo de metanarrativas de la
modernidad. Por otra parte, Erich Fromm reflexionó en la década de 1950 acerca
de la Gran promesa de progreso
ilimitado, propio de la sociedad industrial moderna: “la promesa de dominar la
naturaleza, de abundancia material, de la mayor felicidad para el mayor número
de personas, y de una libertad personal sin amenazas.” (2006:21). Esta Gran promesa es lo que Lyotard llama Grand relato.
[6]
Vásquez Rocca (2011: 67) define a
los metarrelatos como: “las verdades
supuestamente universales, últimas o absolutas, empleadas para legitimar
proyectos políticos o científicos. Así por ejemplo, la emancipación de la
humanidad a través de la de los obreros (Marx), la creación de la riqueza (Adam
Smith), la evolución de la vida (Darwin), la dominación de lo inconsciente
(Freud), etc. […]. El metarrelato es la justificación general de toda la
realidad, es decir, la dotación de sentido a toda la realidad.”
[7]
Fromm señaló una serie de problemáticas que se exteriorizaron claramente a
fines de la década de los cincuenta, las cuales comportaron el fracaso de la Gran promesa: pobreza, el desastre
ecológico, burocratización, manipulación
de la opinión pública a través de los medios de comunicación y riesgo de una
confrontación nuclear (2006: 22).
[8]
En lógica proposicional, [un functor es un] signo que enlaza las proposiciones entre sí, como por ejemplo la disyunción débil (v), el bicondicional (↔) o la barra de Sheffer (|). También recibe el nombre de conectiva o constante lógica. No obstante, el concepto de functor es mucho más amplio que el de
conectiva, ya que, al estar vinculado al concepto de función, hace referencia a operadores
semánticos también presentes en otras ramas de la lógica, como la lógica de clases o la lógica de predicados. Así, pues, además de
las conectivas, también son functores los operadores (la unión, la intersección, la
complementación), los relatores (la
predicación, la pertenencia, la inclusión, la equivalencia) y los functores determinativos (el descriptor y el abstractor)” (Véase Enciclopedia Filosófica Symploké, la voz
“Functores” [en línea], <http://symploke.trujaman.org/index.php?title=Functor>).
Gilles Deleuze y Félix Guattari dicen al respecto que “el objeto de la ciencia
no son conceptos, sino funciones que se presentan como proposiciones dentro de
unos sistemas discursivos. Los elementos de estas proposiciones se llaman
functores. Una noción científica no se determina por conceptos, sino por
funciones o proposiciones. Se trata de una idea muy variada, muy compleja, como
ya se desprende del empleo respectivo que de ella hacen las matemáticas y la
biología; sin embargo esta idea de función es lo que permite que las ciencias
puedan reflexionar y comunicar. La ciencia no necesita para nada a la filosofía
para llevar a cabo estas tareas. Por el contrario, cuando un objeto está
científicamente construido por funciones, un espacio geométrico por ejemplo,
todavía hay que encontrar su concepto filosófico que en modo alguno viene
implícito en su función. Más aún, un concepto puede tomar como componentes los
functores de cualquier función posible sin adquirir por ello el menor valor
científico, y con el fin de señalar las diferencias de naturaleza entre
conceptos y funciones” (Deleuze y Guattari, 2003).
[9]
“[…] el ocaso de los
discursos universalistas (las doctrinas metafísicas de los tiempos modernos:
los discursos del progreso, del socialismo, de la abundancia, del saber” (Lyotard, 1991: 11). Como veremos en el
capítulo tercero de esta investigación, Habermas considera que no debe resultar
extraño que teorías como las de Lyotard ganen influencia, en razón de lo que
este filósofo alemán considera el agotamiento
de las energías utópicas ante el fracaso práctico en el siglo XX de las
esperanzas basadas en el papel de la ciencia, la técnica y la razón articuladas
en el siglo XIX (véase Habermas, 1988: 116).
[10]
Lyotard analiza esta cuestión en relación con la pragmática de los relatos
populares del pueblo cashinahua (1998a: 47 y 1999: 42-43; 55-57).
[11]
"El saber es y será producido para ser vendido, y es y será consumido para
ser valorado en una nueva producción; en los dos casos, para ser cambiado” (1998a: 16).
[12]
“La historia, lo opuesto a la historia con minúscula, es un asunto teleológico
para el posmodernismo”; “Una rama del posmodernismo ve la historia como un
asunto en constante mutación, exuberantemente múltiple y de final abierto, una
serie de coyunturas o discontinuidades que sólo una violencia teórica puede
juntar en la unidad de una narración única.” (Eagleton, 1998: 77 y 78,
respectivamente).
[13]
De acuerdo con David Harvey en la obra de Lyotard encontramos más de un indicio que el modernismo ha
cambiado porque “han cambiado las condiciones técnicas y sociales de la comunicación”
(2004: 68). Veremos que en la obra de Vattimo, este cambio en el mundo de la
comunicación como génesis de la posmodernidad es absolutamente central.
[14] Perry Anderson (en la introducción
a Fredric Jameson (2002), El giro cultural. Escritos seleccionados
sobre el posmodernismo 1983-1998, Manantial, Buenos Aires, pp. 11-14).
[15]
En Francia el neomarxismo fue sujeto
a un proceso de posmodernización, habiendo tenido su expresión en la New Left
Review, que bajo la influencia de Michel Foucault y Lyotard comportó un fin de
las esperanzas revolucionarias y la despedida definitiva del sujeto
revolucionario. Se transitó entonces del neomarxismo al posmarxismo (Von
Beyme, 1991: 121). No obstante, aquí
veremos que la obra de Jameson es crítica de la corriente posmoderna francesa.
[16]
De acuerdo con Ian Chilvers el arte pop
(pop art) es un término acuñado por
el crítico inglés Lawrence Alloway para designar al movimiento que se
desarrollo de 1950 hasta comienzos de 1970 en Gran Bretaña y Estados Unidos,
centrado en la imaginería del mundo del consumo y la cultura popular. Una
característica del arte pop fue el
rechazo a cualquier diferenciación entre el buen y el mal gusto. Chilvers
comenta que inicialmente en los Estados Unidos se consideró al arte pop como una reacción frente al
expresionismo abstracto. En Estados Unidos, la representación más importante de
esta corriente son las serigrafías de Andy Warhol, representando latas de sopa
y las pinturas basadas en los cómics de Roy
Lichtenstein (Chilvers, 2007: 754).
[17]
Jean-Luc Godard es típico representante vanguardista y progresivamente –a partir de 1967-68– pasa de un radicalismo
formal (característico de la ola francesa del “Nouvelle Vague” en los años de
1950-1960) a un radicalismo político (al tipo de “cine militante” proclive al
maoísmo) compartido por otros cineastas como el polémico Roman Polanski (nacido
en París, de ascendencia polaca y con ancestros judíos) y el francés François
Truffaut (el iniciador del movimiento “nouvelle vague”, crítico del academicismo
y convencionalismo del cine francés de mediados del siglo XX).
[18]
La “nueva novela” (nouveau roman)
francesa de Alain Robbe-Grille, Nathalie Sarraute, Claude Simon, Michel Butor y
Samuel Beckett, que Jean Paul Sartre calificó como “antinovela”, ha sido un
intento de reinvención de la historia a partir de estructuras discursivas
organizadas por métodos de composición numérica-geométrica, y que fue una
novedad en la segunda mitad del siglo XX, y aún continúa como tal en la obra de
autores como Michel Tournier, Georges Perec y Michel Houellebecq (al respecto,
véase Jameson, 2002: 17); más sobre el tema en el libro de Leo Pollmann, Nueva novela en Francia y en Iberoamérica,
Gredos, España, 1971.
[19]
Harvey adopta el enfoque de la escuela de
la regulación, la cual entiende al régimen
de acumulación como un periodo estable entre la acumulación y el consumo,
como una correspondencia entre las condiciones
de producción y las condiciones de
reproducción de los asalariados. El régimen
de acumulación, implica un modo de
regulación, que significan las normas, leyes y hábitos que garantizan la
unidad del proceso de producción y su estabilidad durante un determinado
periodo. Harvey pondera estos
términos por su valor heurístico
(2004: 144). Por otra parte, comenta que en 1914 inició simbólicamente el fordismo,
cuando Henry Ford estableció la jornada
de cinco dólares y ocho horas en Michigan. El régimen de acumulación
fordista, implicó la constitución de un nuevo tipo de sociedad racionalizada y
modernista, basada en el consumo masivo
[20]
“Esto implicaría que el sistema financiero ha alcanzado un grado de autonomía
de la producción real sin precedentes en la historia del capitalismo, que de
esta manera entra en una era de riesgos financieros igualmente sin
precedentes.” (Harvey, 2004: 218). En
efecto han ocurrido importantes crisis del capitalismo financiero neoliberal
durante la década de 1990 y la primera del siglo XXI, la más reciente la crisis
financiera originada en Estados Unidos en 2008 a raíz de la especulación en el
sector inmobiliario.
[21]
Siguiendo la tesis de Jameson,
identifica al modernismo alto como la
estética propia del establishment que
ejerció hegemonía después de 1945: “La gran literatura modernista de Joyce,
Proust, Eliot, Pound, Lawrence, Faulkner –juzgada alguna vez como subversiva,
incomprensible o perturbadora- fue canonizada por el establishment (en las universidades y revistas literarias más
importantes)” (2004: 53, cursivas de
Harvey).
[22]
“La llegada de lo posmoderno ha instalado el dominio de las imágenes como nunca
antes” (Anderson, 2000: 156).
[23]
Esta distinción es hecha por Lyon con un propósito análitico, con un carácter aproximativo, ya que señala que
lo cultural es indisociable de lo social.
[24]
Esta caracterización de la
temporalidad como aceleración o fugacidad es fundamental en el concepto de
sociedad liquida de Zygmunt Bauman. Conceptualmente Bauman rechaza la noción de
posmodernidad, optando por el término modernidad
líquida. (Veáse Bauman, 2006 y el último capítulo de este trabajo).
[25]
Característico es el modelo pospanóptico de poder descrito por Bauman o el
Imperio de Hardt y Negri. La posmodernidad también ha dispuesto una
fluidificación del poder, en este sentido, el modelo de poder liquido de Bauman
es representativo (Véase Hardt y Negri, 2002; Hardt y Negri, 2004).
[26]
En el caso de Richard Rorty, ha sido puesto en entredicho su
comprensión dentro de esta corriente, y ni siquiera él estaba interesado en
descifrar el significado preciso de “posmoderno” (Fortanet, 2005), no obstante,
algunos lo encasillan como un pensador que comulgó con el discurso posmoderno
para abandonarlo tempranamente (Rivera, 2011), al negar a la filosofía toda
fundamentación metafísica y ontológica, por lo que se le ha reconocido como un
“pragmático posmoderno”.
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