Teatro del cuerpo. Ensayo.
José Lira Rosiles.
Introducción
El teatro del cuerpo corresponde a las
investigaciones teatrales del siglo XX donde se explora la importancia del
cuerpo, los movimientos y posibilidades físicas del actor en la escena. Como
señala María Paz Brozas (2003: 17), el teatro del siglo XX puede considerarse
como uno de los principales espacios de gestación del concepto actual de
expresión corporal: “el teatro constituye
uno de los centros efervescentes de cultura corporal donde se tejen todos los
discursos y los usos, donde el cuerpo y el movimiento se recrean y explicitan
haciéndose visibles”. Hacia la segunda mitad de este siglo el teatro sufrió
una transformación con la influencia del existencialismo y el auge de formas de
comunicación no verbal, aunado al cuestionamiento de directores y dramaturgos
al texto tradicional, lo que coincidió, explica Paz Brozas, con la
consolidación del mimo moderno. En la comunicación teatral, el movimiento
humano, la expresión corporal juega un papel determinante: “en el teatro, el cuerpo, en tanto que
presencia física del actor, materializa el acto comunicativo y se constituye en
elemento productor de significantes vocálicos, posturales o espaciales”
(2003: 155).
Esta perspectiva se consolidó en el teatro contemporáneo
en razón de las críticas al texto escrito; a un teatro basado en el diálogo
antes que en la acción del cuerpo humano. En las escuelas de vanguardia, la
dimensión corporal cobraría un mayor relieve, por lo que en los procesos de
experimentación teatral se afirmaron cada vez más los recursos corporales. En
este ensayo exploraremos algunas cuestiones fundamentales en el ámbito teatral
y de la creación escénica, relacionadas con el cuerpo, el movimiento y la
expresión artística y creativa que pueden manifestarse a través del mismo.
Habremos de enfrentarnos a algunas cuestiones importantes que surgen cuando la
reflexión sobre el teatro se centra sobre el cuerpo y su capacidad expresiva:
¿Cuál es el papel de la expresión corporal en la formación del actor? ¿Qué
exigencias técnicas y metodológicas supone un teatro centrado en la
corporalidad y el movimiento? ¿Cuál es la función del cuerpo y del espacio
físico en la puesta en escena? ¿Qué es lo que se manifiesta en el teatro a
través del lenguaje del cuerpo? ¿Cuál es la relación entre la palabra y la
expresión corporal?
Teatro del cuerpo
Uno de los
primeros enfoques que abordaremos en el presente ensayo en relación con el
teatro y el cuerpo es el enfoque del Teatro
Estudio, fundado por Stanislavski hacia principios del siglo XX, el cual se
constituyó como el ensayo hacia nuevas formas de arte dramático. El Teatro del Arte de Moscú, había
alcanzado ya la virtuosidad en la representación realista y natural de la vida.
El Teatro del Arte era naturalista,
basado en el principio de la reproducción
exacta de la naturaleza, con lo que lo representado en escena era
verdadero: las habitaciones, chimeneas, enseres, etcétera. En el teatro naturalista incluso el tiempo
mismo ha de ser verdadero, Meyerhold nos dice que el director se esfuerza en
éste por reproducir con fidelidad el estilo histórico. El actor del teatro naturalista es apto especialmente
para la metamorfosis, sirviéndose del maquillaje, acento e incluso dialectos.
Por tanto, se exige en el actor una expresión acabada y precisa que no admite
interpretaciones imprecisas. Meyerhold (1986: 36) consideró que, por tanto, el teatro naturalista privaba al público
del poder de soñar, de interpretar y completar la obra. Para Meyerhold, este
teatro había sacado de escena el poder
del misterio, había negado el don del
soñar, con lo que el aspecto lírico y místico de la obra desaparece. Como
Antonin Artaud nos dice en su ensayo El
teatro y la peste (1978: 28), las imágenes de la poesía en el teatro son de
una fuerza espiritual que inicia su trayectoria en lo sensible y que puede
prescindir de lo real. De este modo, una verdadera pieza de teatro debe
perturbar los sentidos, liberando deseos e impulsos reprimidos, entonces se
convierte en manifestación, exteriorización por medio de la cual un individuo o
un pueblo pueden revelar las posibilidades de su espíritu. En cambio, el teatro naturalista desvirtúa lo
artístico de la escena, ya que desea mostrar
todo, teniendo miedo al misterio, a lo inacabado, con ello, el teatro se
transforma en una ilustración de las palabras del autor. Así, el teatro es
llevado al absurdo, en prisionero de la precisión y el detalle.
Meyerhold (1986:
33) comenta en este sentido que el Teatro
Estudio intentó romper con el realismo del teatro moderno, por lo que en
los movimientos había más plasticidad que imitación de la realidad: “en las escenas no existía nada de realidad”.
De tal modo: “tan lúgubre como sea el
colorido de una obra, desde el instante que es un «misterio», aporta una
irresistible llamada a la vida” (1986: 50). El teatro de Meyerhold pondera
el misterio, la poesía: “Más allá de lo
que vemos, la existencia lleva en sí un inmenso sector de misterio” (1986:
61). En este sentido, el teatro no debe centrarse en la creación de un espectáculo
cuya función única sea la satisfacción de la curiosidad del espectador, ya que
para Meyerhold un teatro así no puede ser arte: las leyes de la vida y las
leyes del arte son distintas. El teatro no debe buscar ilustrar al público ni
satisfacer su deseo de curiosidad, el teatro es un arte que se basta a sí
mismo, con amplio margen de autonomía: “Es
por lo que un dramaturgo auténtico crea un mundo que es inaceptable fuera del
espacio escénico” (1986: 70). En este sentido, Meyerhold considera que lo
fundamental del arte teatral es la interpretación, ya que incluso cuando
muestra lo cotidiano en escena, el teatro lo reconstruye con sus propios
procedimientos, los cuales están enfocados en la interpretación: “mostrar la
vida en escena significa interpretar esa vida” (1986: 76). La visión de
Meyerhold sobre el teatro se modificó sustancialmente después de la Revolución
Rusa, en el contexto de la creación del Centro de Cultura Proletaria y el
teatro proletario. El enfoque del teatro como un arte que se basta a sí mismo y
que no debería subordinarse a los deseos o curiosidad del espectador es
marginado aquí por Meyerhold, quien critico la existencia de un teatro profesional en el que los actores
pretendían ser apolíticos. El actor ahora es producto de su medio social y
político, factores que determinan la naturaleza del actor en sus variaciones
individuales: “esta ley repercute sobre
su manera de interpretar tal o cual papel” (1986: 92).
El nuevo teatro de Meyerhold tenía como
componente fundamental un método biomecánico, de acuerdo con el cual
los actores debían trasladar su psicología a signos psicológicos y estos, a su
vez, en lenguaje biomecánico, esto es, el sistema de movimientos del cuerpo
entero que responden a una sensación experimentada. En razón de tal método,
Meyerhold (1986: 198) exigía la racionalización de cada movimiento de los
actores que ocupaban el escenario, de modo que sus gestos y los pliegues de su
cuerpo tomaran un dibujo preciso. En la práctica de los ejercicios biomecánicos
la gimnasia, la plástica y la acrobacia poseían una importancia central, ya que
por medio de estos los actores aprendían a calcular sus movimientos, a
racionalizarlos y coordinarlos con sus compañeros, lo que ayudaba a los actores
a moverse a través del espacio escénico con mayor libertad y expresividad. El método biomecánico estaba fundado, según
Meyerhold, en la naturaleza natural y racional del movimiento.
Otro enfoque
que exploraremos es el método teatral propuesto por Grotowski, centrado en la
maduración interior del actor, expresada en la máxima tensión producida al desnudarse
totalmente, el poner al descubierto la propia intimidad, abandonando el egoísmo
y la autosatisfacción. Para Grotowski (1989: 12), el actor debe hacer una
entrega total de sí mismo al interpretar, integrando todas las fuerzas
corpóreas y psíquicas que emergen de los bajos fondos de la intimidad y el
instinto, surgiendo de un proceso al que denomina transluminación. Este método de formación del actor intenta
enseñarle a eliminar los obstáculos impuestos por el organismo a determinados
procesos psicológicos, de modo que su cuerpo no imponga resistencia a la vida
interior, logrando que no exista diferencia de tiempo entre el impulso interior
y la reacción visible, para que el impulso interior sea una reacción exterior. Grotowski
considera al teatro, al arte, como un acto de trasgresión, una actividad que
permite romper las barreras que nos obstaculizan, para salir de nuestros
propios límites, esto es, para realizarnos. En este sentido, el arte es
maduración, evolución, un proceso que nos hace emerger de la oscuridad interior
y que nos acerca a la iluminación, a la verdad sobre nosotros mismos. Grotowski
considera al teatro como un espacio de provocación, de desafío que el actor
lanza a sí mismo y al espectador. El teatro debe desafiar nuestras visiones del
mundo, debe violar nuestros sentimientos convencionales y nuestros esquemas de
juicio: el teatro es trasgresión.
Grotowski
considera al teatro como un terreno de investigaciones, donde se impulsa a las
experiencias hasta el final. Frente a
un teatro
rico, que crea espectáculos híbridos, que acumula formas artísticas que no
le pertenecen con el afán de crear un espectáculo total que haga frente a la
televisión y el cine, pretende reunir en una realización todas las técnicas de
las diferentes artes, lo que es considerado por Grotowski como un ejercicio de
cleptomanía artística. Frente a ello, propone un teatro pobre, donde prácticamente se renuncia a la escena. En este
teatro, lo fundamental, lo mágico y lo fascinante es la capacidad del actor
para transformarse en tipos y caracteres diferentes, y ello pobremente, es decir, únicamente en
razón de su oficio. Así, las diversas máscaras que el actor obtiene a través de
sus impulsos interiores y de sus músculos ofrecen al espectador la impresión de
una transubstanciación teatral, en
contraste con el efecto de falsificación producido por el maquillaje. La música
es producida en el mismo seno del espectáculo, a través de la tonalidad e
intensidad de las voces humanas y de los rumores de los objetos, prescindiendo
de cualquier orquesta independiente de los actores. Así, el espectador puede
entrar en comunicación con los impulsos espirituales visibles. Grotowski
pondera la comunicación entre el actor y el espectador, el diálogo directo
entre ellos, viviente y palpable. El teatro no deja de existir sin el
maquillaje, las decoraciones, los efectos de luz, la música, la escena misma,
sino cuando cesa la comunicación entre el actor y el espectador. Por ello, debe
suprimirse toda distancia entre el espectador y el actor, eliminando cualquier
frontera entre ellos: “que la violencia
se realice cara a cara, que el espectador camine de la mano del actor, que
sienta sobre sí su aliento y su sudor” (1986: 61).
En el teatro pobre propuesto por Grotowski, el
único dominio seguro y palpable es el de la corporalidad. Es violando la
intimidad de un organismo viviente, desvelando sus reacciones fisiológicas y
sus impulsos interiores de modo brutal, cuando se puede producir una situación
mítica concreta y humana, transformada en la expresión pura de una verdad
vivida. Grotowski considera al cuerpo como un sistema de resonancias y
vibraciones: las distintas posturas de la mano o el cuerpo, por ejemplo, pueden
cambiar la resonancia de la voz. De tal
modo, existe un sistema completo de resonancias en el cuerpo que el actor debe
conocer y ejercitar. A diferencia del método biomecánico planteado por
Meyerhold, Grotowski propone un diálogo entre las diferentes partes del cuerpo
sin llegar a ser un diálogo racional, intelectualizado o pensado. En este
sentido, se trata de poner en contacto y relacionar partes del cuerpo en un
acto de experimentación propio e intuitivo. La relación entre el cuerpo y la
interpretación actoral en el teatro pobre
se fundamenta en la creatividad, sinceridad y disciplina del actor. El
actor debe ser disciplinado y tener un compromiso
total, uno de los aspectos que debe trabajar sistemáticamente es su cuerpo.
El cuerpo es uno de los materiales con los cuales el actor opera y con el que
no debe encontrar dificultades. De acuerdo con Grotowski, uno de los aspectos
más importantes el actor desarrolle una respuesta inmediata a los impulsos
psíquicos, como si estos no existieran durante el momento de la creación.
El trabajo
del actor sobre su cuerpo, la interpretación y la creatividad, resulta
fundamental en el teatro pobre, cuyos
pilares son el actor y el espectador. Frente a la utilización abundante de
artes plásticas, iluminación y música en el teatro
rico, encontramos que en el paradigma propuesto por Grotowski: “los efectos plásticos son sustituidos por
las construcciones del cuerpo del actor, los efectos musicales por su voz”.
El actor es un hombre que trabaja públicamente con su cuerpo, el cual debe
convertirse en un instrumento que cumpla un acto espiritual, y que no
simplemente sea utilizado en razón del éxito del actor. Ahora bien, Grotowski
no propone una fórmula única para la técnica del actor sobre su cuerpo, aunque
los ejercicios corporales e interpretativos sean los mismos para toda la
compañía, cada actor debe realizarlos de acuerdo con su personalidad.
El énfasis en
el trabajo sobre el cuerpo, en la técnica y control sobre el mismo, tiene una
resonancia importante en los enfoques teatrales del siglo XX. Podemos encontrar
este énfasis en otros ámbitos metateatrales, como en el cine. Un signo de la
irrupción del cuerpo armonioso, fuerte y esbelto durante el siglo XX fue la
polémica cinta Dioses del estadio de Leni
Riefenstahl, utilizadas como propaganda de la estética del
nacional socialismo alemán. En Dioses del estadio las
esculturas griegas de personajes olímpicos adquieren movimiento,
plasticidad y fuerza. La desnudez, coordinación, armonía y fuerza caracterizan
la toma de los deportistas olímpicos que ejecutan una danza en la espacialidad
del campo y del mar. El dominio sobre la voluntad y la construcción sobre el
propio cuerpo irrumpen así en la modernidad bajo el signo del fuego
olímpico. Durante el siglo XX el entrenamiento y la técnica sobre el cuerpo
acompañaron a la propia técnica y mecanización de la modernidad. El
cálculo, la potencia, la fuerza y el rendimiento es lo que caracteriza al
entrenamiento y su resultado esperado: cuerpos esbeltos, ágiles, musculosos
(Vigarello, 2006: 174).
El pensamiento
de Antonin Artaud nos ofrece otra perspectiva de la relación entre cuerpo y
teatro. En su obra El teatro y su doble (1978:
41), Artaud critica la centralidad del dialogo en el teatro occidental. Más allá del texto escrito y hablado, considera
que la escena es, fundamentalmente, un espacio físico que ha de ser ocupado y
al que se le permite hablar su propio lenguaje concreto. Este lenguaje concreto
es independiente de la palabra y está dirigido a los sentidos, tal lenguaje
teatral físico y concreto expresa pensamientos que escapan al ámbito del
lenguaje hablado, creando una poesía de los sentidos. La poesía del lenguaje
propia del teatro centrado del diálogo ha de dar lugar a una poesía del espacio
que se resuelve en un espacio que no pertenece estrictamente a las palabras.
Esa poesía espacial es capaz de crear imágenes materiales, equivalentes a las
imágenes del lenguaje. Una de las formas de poesía espacial es la del lenguaje signo, constituido por gestos y
actitudes con valor ideográfico, cercano al de una auténtica pantomima. Esta
pantomima se fundamenta en la expresión de ideas, actitudes del espíritu
humano, antes que frases o palabras.
Lo
específicamente teatral sería entonces, de acuerdo con Artaud, aquel lenguaje
de signos y de mímica, las pantomimas silenciosas, las actitudes. Uno de los
ejemplos de este tipo de teatro es el teatro balinés, en el que ocupan un lugar
central la danza, el canto y la pantomima. El teatro balinés es para Artaud un
ejemplo de teatro puro, donde el
drama se desarrolla entre estados espirituales, reducidos a gestos y esquemas.
A través del laberinto de gestos, actitudes y gritos repentinos, que ocupan la
totalidad del espacio escénico, se revela el sentido de un lenguaje físico
basado en signos y no en palabras: el actor se transforma en un jeroglífico
animado, desbordado por numerosos gestos que corresponden a una realidad
fabulosa (1978: 62).
El teatro
balinés es una especie de danza superior, donde los bailarines son sobre todo
actores. Es un teatro donde la creación nace de la escena misma, encontrando su
expresión y orígenes en los impulsos psíquicos anteriores a la palabra. Un
teatro fundamentado en la poesía espacial, en el lenguaje signo, tiene una naturaleza teatral superior a la pieza
escrita y hablada. El dominio del teatro no es psicológico, sino plástico y
físico, moviéndose en un ámbito del pensamiento y de la inteligencia que
escapan al dominio de la palabra y que, en cambio, son expresados con mayor
precisión por los gestos y por el lenguaje del espacio. Artaud (1978: 82)
piensa que todo verdadero pensamiento es intraducible, por lo que una imagen,
una alegoría o una figura pueden revelar más para el espíritu que los análisis
de las palabras. Ahora bien, la poesía y lenguaje espacial no son fundamentados
por Artaud en un sistema coherente y preciso, todo lo contrario, la exigencia
de un lenguaje activo, vivo, supone anarquía, búsqueda, en una superación de
los límites habituales de los sentimientos y de las palabras. De tal modo,
donde reina la simplicidad y el orden no puede haber teatro ni drama, ya que el
verdadero teatro, la verdadera poesía son producto de una anarquía organizada.
Artaud
propone un teatro de la crueldad, lo
que significa un teatro difícil y cruel para nosotros mismos, es un teatro
donde violentas imágenes físicas quebrantan e hipnotizan las sensibilidad del
espectador, que es entonces arrastrado por el teatro en un torbellino de
emociones. El teatro no debe ser un mero espectáculo para satisfacer el ocio
del espectador, sino un medio a través del cual sus sentidos sean trastornados,
a través del magnetismo de las imágenes actúa como una terapéutica espiritual
de efecto imborrable. El teatro de la
crueldad establece
una comunicación directa entre el espectador y el actor, ya que el primero es
situado en el centro mismo de la acción, siendo rodeado y atravesado por ella.
De tal modo, el teatro mantiene una relación mágica y atroz con la realidad, efectuada
en el espacio físico donde se expresa orgánicamente el arte. Aquí interviene el
lenguaje visual de los movimientos, los gestos y las actitudes, las cuales se
transforman en signos que constituyen un alfabeto propio de una poética del
espacio. El lenguaje del espacio y de los sonidos conforma en el teatro de la crueldad auténticos
jeroglíficos, proporcionando al espectador imágenes oníricas donde puede
explorar sus quimeras, utopías y pasiones. En este sentido, no se trata de
suprimir la palabra de la puesta en escena, sino de otorgarle a ésta el lugar
aproximado que tiene en los sueños.
El teatro de la crueldad de Antonin Artaud
constituye otro ejemplo de la centralidad del cuerpo en el teatro. Artaud compara al actor con el atleta físico,
pero con la diferencia de que el primero desarrolla una musculatura afectiva correspondiente a las localizaciones físicas
de los sentimientos: “el actor es un
atleta del corazón” (1978: 147). En forma paralela al esfuerzo físico, el
actor desarrolla un doble en el ámbito emocional, interior: los recursos
orgánicos, corporales del atleta son los mismos que el actor emplea para
producir el movimiento de las pasiones. En el teatro, el actor cobra conciencia
de las pasiones, del mundo afectivo, utilizando como punto de sustento los
mecanismos corporales. En este proceso la respiración desempeña un papel
fundamental, ya que ésta acompaña al pensamiento y que es posible penetrar a
este por medio de ella: la emoción tiene bases orgánicas. Artaud reprocha que
los actores del teatro occidental no
hacen otra cosa más que hablar, olvidándose que poseen un cuerpo en escena.
Otro pensador
en el que podemos explorar la relación del cuerpo y el teatro es Étienne
Decroux. Como Brozas (2003: 137) comenta, la comprensión de la paradoja entre
comunicación verbal y no verbal en el marco de una teoría teatral que utiliza
la expresividad del actor como uno de sus ejes centrales, no puede desvelarse
sin una aproximación al mimo. De la pantomima se evolucionó al mimo moderno, y
de éste surgió una variante del teatro gestual conocida como expresión corporal. La pantomima era una
pieza dramática que se representaba en forma silenciosa, pero en el marco de la
tradición teatral al mantener los decorados, trajes y objetos en la escena.
Como tal, en el primer cuarto del siglo XX se produjo el fin de la pantomima y
el nacimiento del mimo moderno, de quien Étienne Decroux es un referente
central, al elaborar una concepción de la práctica teatral en la que el único
medio expresivo era el cuerpo humano y en la que el silencio constituía el
fundamento de la formación del actor.
De acuerdo
con Decroux, a través de su cuerpo, el actor esculpe el aire y hace sentir
donde comienza y termina el verso. La mima constituye la esencia misma del
teatro, y como un arte con derecho propio, goza del privilegio de expresar el
mundo a su manera y no un mero complemento de la danza o la actuación. Esta
mima trata de evocar con el sólo movimiento del cuerpo la vida mental, y cuando
esto es logrado se consigue un arte completo. La mima no es un mera complemento
de la danza: “observando al actor en
escena, presente con todo su cuerpo, nunca vi en ese cuerpo la mínima
simulación que anunciara una danza” (2000: 109). El mimo es un actor dilatado, el bailarín y el mimo
son siempre hermanos falsos. Un actor que quisiera transformarse en mimo debe
depurarse a través del movimiento, antes que de la palabra, continuándolo sin
cambiar su naturaleza muscular: “y luego
lo extienda hasta la punta de su arco y encordando a su flecha adquiera el
derecho de volar” (2000: 110).
El arte de la
mima es el arte del movimiento corporal, tal como la danza, pero aquello que el
mimo depura o amplifica es aquello que se hace en la vida siempre que no se
baila. Decroux considera que el artista de la mima explora un juego muscular
que casi siempre es brusco, tal como lo fue en los antiguos mimos. Lo brusco
consiste en zambullirse en el acto,
un zambullido un tanto rabioso,
desesperado, colérico. La danza, piensa el autor, posee también esos
movimientos bruscos, no obstante, en ella estos se encuentran fuera de su
esencia. El movimiento brusco del mimo tiene amplios movimientos lentos que
evocan el arranque de una locomotora, lo que es denominado por Decroux como el fundido. En este momento, el mimo
parece una estatua de sueño que gira
frente al espectador: “brusquedad y
fundido: la vida nos ofrece esos dos mundos” (2000: 117). La danza es una
evasión, porque no enfrenta la duda, en cambio, la mima es invasión: el mimo es
el hombre que trabaja a empujones, o en fundido, siempre un poco inquieto,
alerta de sí mismo, es siempre un hombre oscuro. La danza, para Decroux, no
existe en la desgracia, con el bailarín recordamos que al mimo le hace falta
ligereza, y con el mimo recordamos que al bailarín le hace falta peso: “la mima, definitivamente no quiere bailar”
(2000: 188).
Decroux propone
una mima corpórea donde la jerarquía de los órganos de expresión determina la
primacía del cuerpo, seguido de los brazos y las manos y, por último, el rostro. Se prefiere el cuerpo porque los
órganos de expresión del mismo son grandes, a comparación del rostro. En una
obra de arte la grandeza física es la condición necesaria, es gracias a la
física del movimiento que se consigue la excelencia de la obra. En el arte del
mimo el cuerpo es su materia, como el mármol, el color o el aire, constituye en
sí misma una obra antes de que se haga una obra con él, esto es, a pesar de él
y sus resistencias: el actor hace una obra
con su cuerpo. La mímica remite a una serie de acciones presentes, mientras
que el actor parlante sólo puede evocar las cosas que se encuentran ausentes: “el mimo no produce sino presencias que en lo
absoluto son signos convencionales” (2000: 202). La mima produce
movimientos en el cuerpo para evocar los movimientos de nuestra alma.
Conclusiones
En el siglo XX se
consolidó la corporalidad en el ámbito del teatro, ello bajo el signo de la
crítica al teatro clásico u occidental fundamentado en el diálogo y la palabra antes
que en la capacidad de expresión corporal y gestual del actor. La
experimentación vanguardista hacia nuevas formas de arte dramático elaboró una
crítica al teatro naturalista, realista, clásico, como una representación
transparente de lo real, despojada de misterio. La capacidad del teatro para
crear en la puesta en escena acontecimientos oníricos, míticos y poéticos es
resaltada por los enfoques vanguardistas del teatro del siglo XX. En este
sentido, la corporeidad y la capacidad
expresiva del cuerpo en movimiento desempeñan un papel fundamental. Para ello,
los distintos enfoques aquí analizados resaltan la importancia de la
integración de metodologías y técnicas de expresión corporal como parte
esencial en la formación del actor.
El actor debe
formarse en disciplinas como la gimnasia, la danza, la acrobacia y la mímica,
con el fin de lograr mayor expresividad y dominio sobre el espacio escénico,
pero además, como pensó Grotowski, con el propósito de integrar las fuerzas
corpóreas en sintonía con los aspectos psicológicos e íntimos del actor, como
la condición necesaria para lograr una creación teatral que movilice aquellos
resortes espirituales y existenciales del actor, aunado al público. En este
sentido, se señala la importancia de la entrega total del actor a su oficio,
basada en la disciplina, sinceridad y trabajo. La expresión corporal tiene la
función de transmitir y crear imágenes artísticas y poéticas que conceden una
centralidad al actor y su capacidad interpretativa, al margen de un teatro rico pleno de elementos ajenos a
este aspecto.
Lo que el cuerpo
manifiesta en la puesta en escena, a través del movimiento, la plástica y el
gesto, es aquella capacidad del teatro, frente a la televisión o el cine, de
revitalizar imágenes míticas y místicas del mundo, de transmitir imágenes
poéticas en un lenguaje que no es el de las palabras, de pensamiento que, como
señaló Artaud, escapan al ámbito de las palabras. Este es un teatro basado en
los signos, en la mímica, en actitudes que transmiten estados del espíritu y
que pueden producir un efecto de catarsis y revelación en el espectador. Este
es uno de los efectos más relevantes y fundamentales de la expresión y lenguaje
corporal en el ámbito teatral.
Bibliografía
Artaud, Antonin (1978): El teatro y su doble. Barcelona: Edhasa.
Brozas Polo, María Pa (2003): La expresión corporal en el teatro europeo
del siglo XX. España: Serie Técnica Teatral.
Decroux, Étienne (2000): Palabras sobre el mimo. México: Arte y
Escena.
Grotowski,
Jerzy (1980): Teatro
laboratorio. México: Siglo XXI.
Meyerhold, V. E. (1986): Teoría teatral. Madrid: Fundamentos.
Vigarello, Georges (2006):
“Entrenarse”, en Courtine, Jean-Jacques: Historia
del cuerpo. Vol. III El siglo XX.
Madrid: Taurus, pp. 165-175.
Es de gran utilidad la información, se agradece mucho su solidarismo.
ResponderEliminarexcelente articulo
ResponderEliminarGran contenido para nuestra formación y el apoyo en nuestra creaciones para la escena.
ResponderEliminarGracias por compartir, excelente síntesis
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